domingo, 15 de abril de 2012

“Copetona”, el héroe del pueblo, Blas Fernandez



Blas Fernández llegó al crucero "Belgrano" en 1979. Conocía casi a todos. Sobrevivió al hundimiento del buque y formó en Punta Alta una asociación que busca mantener la memoria de los 323 tripulantes muertos.

Una noche de marzo, en Copetonas, el cabo primero maquinista Blas Fernández se casó con su novia. Había pedido licencia por matrimonio y cuando un mes después volvió a su buque, se encontró con aprestos para la guerra por las Malvinas. Era abril de 1982 y en las islas flameaba la bandera argentina.

Fernández es uno de los 770 sobrevivientes del hundimiento del crucero ARA "General Belgrano", en el que murieron 323 de sus 1.093 tripulantes, el 2 de mayo de aquel año, por el ataque del submarino británico HMS "Conqueror".

"Yo era de la dotación vieja —se había integrado al buque en 1979 y por eso conocía a casi todos—. Navegando, éramos una familia—. Le decían "Copetona", porque había nacido en ese pueblito de Tres Arroyos."

Al momento del ataque, estaba por tomar su guardia en el cargo Combustible: debía sacar fuel oil de los tanques D, los que estaban debajo de la línea de flotación del barco, donde estaba la línea de eje, donde estaba la radio… donde entró el primer torpedo.

"Fui al cuarto de Petróleo a agarrar una libreta y el suboficial [segundo Néstor] Cudina me invita unos mates", cuenta.

La explosión y la onda expansiva le quitaron el mate de las manos. "A partir de ahí todo fue rojizo: fuego y petróleo".

Naufragio

Blas dice que vio en vivo lo que muchos vemos en una película de guerra: estallidos, incendios, gritos de heridos, corridas. Cuando logró salir a cubierta, se fue al lugar donde estaba su balsa de abandono, la número 20. La tiraron al agua y les falló, entonces desataron una de las que estaban atadas al borde de las torres: "Cayó al revés. Nos tiramos al agua y la dimos vuelta. Yo estaba de pantalón y camisa".

Eran 19 arriba de la balsa y el temporal era gigante. "Las olas llegaban a los 12 metros y una nos subió hasta la altura del buque. Ahí, el viento nos alejó y vimos cómo se hundía el crucero, herido de muerte. El glorioso 'Belgrano' desaparecía y quedaron las balsas flotando en el mar”.

Ahora había que sobrevivir. Hacían lo que les habían enseñado en el curso de Salvamento. “Fueron horas y horas, mojados, achicando el agua que había entrado a la balsa. Gracias a Dios, vivimos”.

Amigo Neptune

Pasaron 32 horas desde que el comandante del "Belgrano", capitán de navío Héctor Bonzo, dio la orden de abandonar el buque, cuando fueron avistados por un avión Neptune 2-P-11 de la Aviación Naval Argentina que estaba tras los rastros del naufragio.

"Lo escuchamos y lo vimos sobrevolar. Teníamos tanto frío que nos orinábamos encima para sentir calor. Y tratábamos de no dormirnos. Porque cuando al frío no lo sentís más, te da sueño. Y cuando te vence el sueño, morís. La llamada muerte blanca".
El Neptune, al mando del capitán de corbeta Julio Pérez Roca, logró divisar una docena de balsas, a riesgo de quedarse sin combustible tras 9 horas de vuelo, y así brindar un dato preciso de la zona donde después los buques fueron a rescatar náufragos.
En ese avión también iba el teniente de corbeta José Andersen, oriundo de Copetonas y amigo de la infancia de Blas Fernández: "Él arriba, yo abajo", dice. (Ver "Che, Blasito")

Che, Blasito

—Che, Blasito —dice José—, ¿por qué no me traés los papeles?

Los papeles son las planillas para entrar a la Armada.

Blasito, que tiene 16, ya llenó los suyos. Tiene la ilusión de salir en algunos años como cabo segundo maquinista.

José, que ya terminó el secundario, también quiere ser marino o piloto de avión.

Los dos son amigos. Copetonas es un pueblito muy chico al sur del Partido de Tres Arroyos.

El padre de Blasito, don Fernández, es peón en el taller mecánico de don Andersen, el papá de José.

—Acá tenés el formulario —le dice Blas. Entran el mismo año a la Armada y cada uno cumple sus expectativas.

Pasan los años, llega el conflicto y los destinos se cruzan otra vez: el cabo Blas Fernández está en su balsa desprendida del herido crucero “Belgrano” y el teniente José Andersen, integrando la tripulación del avión Neptune de la Aviación Naval que avista a los náufragos.

Pasa el rescate, termina el conflicto y Blas añora un reencuentro con José. Es que su amigo de la infancia estuvo destinado en Ushuaia y ahí se quedó, ya retirado de la Armada.

Para los 25 años de la guerra, el pueblo de Copetonas le pone el nombre de ambos a la plazoleta donde está el memorial de Malvinas.

José viaja desde Ushuaia para descubrir la placa; pero Blas, por problemas de salud, no puede asistir.

“Una de las cosas más grandes que deseo es estrecharnos en un fuerte abrazo”, dice. Hace 30 años que no están frente a frente.

Quizás este 2012 llegue con abrazo incluido.
Y a las 4 de la tarde aparecen sobre las crestas de las olas los mástiles de los barcos buscando balsas. Los rescató el aviso ARA "Gurruchaga".

"Fue el que más sobrevivientes del crucero rescató. Nos llevaron hasta Ushuaia, nos dieron ropa, jarritos con chocolate hirviendo que los agarrábamos con la mano y no lo sentíamos”, contó.

Llegaron a Ushuaia y los embarcaron a Puerto Belgrano. A Blas lo buscaban sus padres y su flamante esposa, pero no lo encontraban. No figuraba en las listas de sobrevivientes.

"Mi mujer estaba como loca: 'Fernández, Blas; Fernández, Blas…'. Entonces va mi hermana con mi cédula a la puerta del Hospital Naval —y ahí un suboficial reconoce su foto—: '¡Ah, buscás a Copetona! Está ahí'. Así me ubicaron, así me reencuentro con mi familia."

Cuando ya estuvo bien, Blas volvió a Copetonas. Lo esperaba todo el pueblo, los mil y pico. Allá, es un héroe. Hasta una plaza lleva su nombre y el de su amigo de la infancia.

Memoria

Blas Fernández se retiró de la Armada como suboficial principal y se quedó a vivir en Punta Alta. Antes de irse, formó junto a otros sobrevivientes la Asociación Última Tripulación del Crucero ARA "General Belgrano", para mantener viva la memoria de los 323 muertos; para que no se pierda la historia de ese buque, de esa familia.

"Algún día de alguna época de nuestra vida, los 1.093 tripulantes vamos a volver a estar todos juntos —dice—. La del crucero es una historia viva. Y narrada por sus propios extripulantes, pega fuertísimo. A la sociedad le hace bien escucharnos y a nosotros nos hace bien contar nuestra historia. Yo estuve 20 años sin hablar del crucero. Es como una terapia mutua."

"¿Qué me dejó el crucero? La posibilidad de seguir junto a los otros sobrevivientes —dice—. Aunque quedaron muchos compañeros, amigos y hermanos a 4.000 metros de profundidad. Por eso mismo seguimos luchando para mantener viva su memoria".

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