jueves, 29 de octubre de 2020

MALVINAS: " SI QUIERO"

 

Existe en torno a Malvinas una gran cantidad de acontecimientos que merecen ser narrados. Hechos cuyo paso por la historia han dejado huellas que se mantienen incólumes frente al tiempo.



Recuerdo una entrevista a un oficial británico publicada por el periódico La Nación que se titulaba “Los soldados argentinos me salvaron la vida”. Por su parte, en la edición impresa del 14 de abril de 1983 el diario El País de España tituló: “Prisioneros argentinos en las Malvinas realizaron trabajos peligrosos prohibidos”, en referencia a la Convención de Ginebra que prohíbe utilizar prisioneros para el traslado de municiones o la remoción de minas en los campos de batalla.

Historias que merecen ser contadas, recordadas y revalorizadas.

Sin embargo, no hace falta alejarse demasiado para conocer que desde el año 2000 reside en nuestra sureña Río Grande una familia cuyo matrimonio estampó su firma en las mismísimas tierras argentinas de Puerto Argentino.

Los periódicos de aquella época dieron cuenta de la noticia que llegaba por medio de la Agencia Télam bajo el título: “Patriota dijo el ´SI, QUIERO´, se realizó el primer casamiento en el archipiélago”.

El matrimonio se contrajo en 1982 pero dado que los registros y libros protocolares de Argentina se perdieron en mano de los ingleses, ambos contrayentes debieron iniciar un proceso judicial que culminó casi seis años después, en abril de 1988, cuando el Registro Civil inscribió el matrimonio por mandato del juez de Bahía Blanca, Horacio Viglizzo.

Entre sus consideraciones, el Juez expresó: “teniendo en cuenta la situación política del conflicto bélico existente a esa fecha en el lugar de la celebración, doy por acreditado suficientemente el hecho denunciado por los recurrentes” y consecuentemente resolvió tener por acreditado el matrimonio entre René Marcelino Aguilar y Silvina Elisa Martínez, celebrado en la ciudad de Puerto Argentino.

Durante los años que duró el proceso judicial Silvina y René pudieron optar por celebrar nuevamente el matrimonio y así conseguir su formal acta de matrimonio; pero resulta inimaginable que un soldado y su compañera resignen siquiera un ápice de aquel acto de soberanía plenamente válido y eficaz, celebrado en suelo argentino.

El entonces cabo René Aguilar combatió en defensa de la soberanía nacional como parte del Batallón Antiaéreo, fue prisionero de las tropas británicas y regresó en el Buque Hospital ARA Almirante Irizar al puerto de Ushuaia, el mismo puerto desde donde zarpó por última vez el Crucero ARA General Belgrano.


A su arribo no había una multitud como imaginaba, sin embargo, en Bahía Blanca lo esperaba Silvina, su esposa, con quien años más tarde regresó a la provincia en que contrajeron matrimonio aquel 09 de junio de 1982.

Un “Sí, quiero” que no sólo consolidó el amor entre los novios, sino que reafirmó nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas.

En memoria de Silvina Elisa Martínez

El 01/04/2018 nuestro medio publicó la columna Malvinas: ¡Si quiero!, escrita por el actual secretario de Gobierno del Municipio de Río Grande, Gastón Díaz, y que hoy reeditamos en homenaje a Silvina, quien siempre se brindó con tanto desinterés y humildad, así la recordó con aprecio el columnista.

Su partida nos acongoja, siempre estaremos agradecidos por la increíble contribución a la soberanía sobre las Islas Malvinas que ejerció junto a su esposo René, expresó el intendente Martín Perez, sumándose al dolor por su fallecimiento. Acompañando en este triste momento a su esposo René e hijos.

El Centro de Veteranos de Guerra “Malvinas Argentinas” también expresó su acompañamiento a su camarada René y a sus hijos.

¡Qué su recuerdo permanezca por siempre!

viernes, 16 de octubre de 2020

HISTORIA DEL VGM ALBERTO MATSUMOTO UN JAPONES NACIDO EN ARGENTINA..




Es hijo de japoneses, peleó en Malvinas y hace 31 años vive cerca de Tokio: “Me escriben mis amigos para ver si hay trabajo”

En 1982, Juan Alberto Matsumoto tomó el lugar de un compañero que tenía familia y fue a la guerra. Ocho años más tarde ganó una beca, viajó a Japón, se enamoró, se casó y hoy es profesor universitario allí. Su recuerdo de Malvinas, la nostalgia de la tierra donde aún vive su padre pero a la que sólo vuelve “de vacaciones” y una detallada descripción de la sociedad, la economía, la vida cotidiana y la inserción de un extranjero en el país que lo adoptó




Alberto Matsumoto y su esposa Riko el 1° de enero de 2020, justo antes de la pandemia

En los primeros días de abril de 1982, Alberto Matsumoto tenía 19 años y era soldado conscripto en el Regimiento VI de Infantería de Mercedes, provincia de Buenos Aires. Dice que ni lo pensó: tomó el lugar de un compañero que tenía familia y se sumó al listado de aquellos que irían a combatir a las Malvinas. Su voz, hoy, llega clara y bien argentina desde su departamento de Yokohama, Japón. Hace 31 años que dejó nuestro país y su relato emociona. “¿Por qué lo hice? Todos estábamos eufóricos, cantábamos la Marcha de Malvinas. Ninguno sabía lo que iba a pasar. Y cuando estuvimos ahí, la verdad, tampoco teníamos demasiada información. Lo que sí sabíamos es que teníamos frío y hambre”.

Matsumoto es nikkei (hijo de japoneses), nació en Escobar en 1962 e hizo la primaria en la Escuela N° 38, donde, recuerda preciso, “un tercio éramos descendientes de japoneses”. Hoy es director de la Consultora Idea Network, profesor de Español en la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad de la Prefectura de Shizuoka, de Economía y Derecho Latinoamericano y de Sociedad Latinoamericana y Problemas Jurídicos en la Facultad de Derecho de la Universidad Dokkyo, entre múltiples actividades. Pero dice que Malvinas, aún pasado el tiempo, “es un recuerdo recurrente, pero no tan traumático para mí como se suele describir en algunas notas que aparecen de tanto en tanto. Estuve desde el 13 de abril hasta el 18 de junio, porque cuatro días fui prisionero. En los últimos días tuvimos muchos bombardeos de los ingleses, aunque no llegamos a entrar en combate directo, cuerpo a cuerpo”.



En la escuela N° 38 de Escobar

“La experiencia fue dura -añade-, pero ya era estudiante universitario, estaba en la UBA. Después me pasé al Salvador, en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales y seguí estudiando. Al año siguiente que terminé la carrera gané la beca para venir a Japón y desde entonces estoy aquí. Es decir, siempre me mantuve activo y ocupado. Eso me permitió asumir esa experiencia. Claro que cada vez que me entero de que un muchacho se quitó la vida, o falleció por descuidos en la salud, me entristece. Deberían estar bien y activos. Los años posteriores ayudé a una fundación para que la reinserción social de mis compatriotas no fuera tan traumática por ejemplo, en buscar trabajo. Incluso hice gestiones ante el ministerio de Defensa para que hubiera una ley que ayude a los ex combatientes. No fue mucho lo que pude hacer”.



Lo que no hace es olvidar: “Hay que canalizar esa experiencia de la forma más positiva posible, porque si no se hace muy duro pensar que fue en vano que 649 hombres hayan ofrendado su vida en esa guerra por defender lo que es nuestro. Nosotros, los que hemos regresado, somos los que tenemos la responsabilidad de canalizarlo en forma positiva para la sociedad argentina”.




En el Regimiento VI de Infantería de Mercedes

Matsumoto suena como si aún viviera acá. Pero se fue en 1990 después de recibirse en la Universidad del Salvador y ganar una beca del gobierno de Japón, que le hizo obtener, en 1997, la Maestría de Derecho Económico y Laboral en la Universidad Nacional de Yokohama. Está casado con Riko y no tiene hijos, y cada dos o tres años viene a visitar a su padre a Escobar, que tiene 85 años. Este 2020 debería haber viajado, pero la pandemia por el COVID-19 puso en pausa al mundo. En Japón, cuenta, “se manejó bastante bien. A finales de enero, cuando llegó el crucero Diamond Princess a la costa hubo muchas críticas. Pero en ese mes y medio se prepararon los hospitales y las salas de terapia. Y si bien es una situación nueva y desconocida y dentro del gobierno y el comité de expertos hubo desacuerdos y opiniones diversas, las cosas no se fueron de control”.

-¿Hubo una cuarentena estricta?


-No hubo un lockdown total por parte de las ciudades, municipios y prefecturas. El gobierno nacional declaró una situación de emergencia sanitaria, pero fue un pedido de colaboración para que la gente se abstuviera en lo posible de salir de la casa, pero no estaba prohibida la circulación ni el movimiento general. De todos modos hubo una reducción muy grande de la actividad económica. Hoy ya hay clases en las escuelas, donde hay poca cantidad de alumnos en las universidades ya hay clases presenciales. Yo di clases de español en Shizuoka. No estamos impedidos de ir de un lugar a otro. El gobierno ha dado un montón de estímulos y bonos para que las personas puedan viajar y usar esos descuentos en hotelería, gastronomía y tickets para reactivar las economías de las zonas turísticas.




Desfile del 9 de julio de 1982 en Escobar, con sus compañeros veteranos de Malvinas. Matsumoto, el único de traje y corbata

-¿Y cómo se ve lo que sucede ahora en la Argentina?


-No hay una mirada sobre Argentina en sí. Acá los medios dieron una gran manija primero a Italia, después a España, y ahora ven el caso de Brasil, sobre el que se hace algún reporte. La imagen de América Latina es, entonces, la de Brasil o a veces Perú. 

Eso sí, cuando ven las protestas que se hacen sin usar tapabocas, acá se horrorizan. Creo que el tema es mantener ciertas pautas sanitarias básicas. Porque cuando se controla tanto, cuando se prohíbe tanto, después de seis meses la gente se cansa y se desmadra todo. Y los organismos de control ya no pueden controlar más. Eso pienso que pasa en nuestra región.

-¿Por qué te quedaste a vivir en Japón?


-Mi primera experiencia en la facultad de Tsukuba no fue tan buena. Pero me cambié de facultad, hice la maestría en Yokohama y bueno, me casé, por eso me radiqué en Japón… Ese proceso inicial de ensayo y error me duró cinco años.


En marzo del 2012 estuvo en Malvinas. Aquí, en el cementerio de Darwin


-¿Fue muy distinto tu noviazgo a lo que hubiera sido acá?


-Si bien ella es japonesa, en esos momentos trabajaba en la embajada de Ecuador en Tokio, había estado tres años en España y conocía nuestro idioma y un poco nuestra forma de ser. En ese sentido, incluso la relación con mis suegros fue bastante amena. Además nos casamos muy rápido. Nos conocimos, noviamos y en seis meses ya estábamos en el Registro Civil de la municipalidad (ríe). Así que mis suegros ni siquiera tuvieron la posibilidad de oponerse... Yo tomé la iniciativa de todo y fue bastante rápido y armónico. Gracias a Dios, con ellos mantuve una relación muy buena. Lamentablemente mi suegro falleció hace seis años, y mi suegra en estos momentos está internada en un geriátrico con síntomas bastante avanzados de demencia senil. Mantuve una relación, digamos, como la que nos gusta tener en la Argentina… Allá reunirse, hacer un asado, festejar el cumpleaños, es bastante más asiduo. En Japón no lo es tanto, a los suegros se los va a saludar el 1 de enero por ser el año nuevo. Yo mantuve una pauta más argentina, le llevaba flores a mi suegra en los cumpleaños, en el día de la madre los llevaba a almorzar o cenar en un restaurante. Y ellos lo disfrutaban mucho. O yo iba a su casa y me quedaba a tomar el té, como nos gusta, esa sensación de familiaridad. Y no me ha ido nada mal. En las generaciones más jóvenes no hay tantos prejuicios ni barreras de tradición como antes. Se acercan más al mundo occidental o latino. Pero claro, siempre manteniendo cierta distancia prudencial y de respeto que acá son importantes.

-¿Cómo fue tu inserción en la sociedad japonesa?


-Hace 30 años para un extranjero buscar trabajo e integrarse no era tan fácil, No había información ni siquiera en inglés, o muy poca. Hoy en día es mucho más accesible, hay más permisividad, voluntad y buen trato incluso a los extranjeros en general, pero principalmente a los que tienen estudios universitarios y posgrados. El año pasado hubo 310 mil estudiantes extranjeros registrados y matriculados en Japón en distintas universidades, la cifra más alta histórica. Y todos los años, entre 20 y 30 mil jóvenes extranjeros con título se insertan laboralmente.



Alberto Matsumoto junto a su mujer y sus suegros, en 2012


-¿Es sencillo?

-Es un trabajo que hay que hacer. Se debe tener paciencia y entender los valores que tienen los japoneses y cómo los implementan. No es cuestión de leer un manual y aplicarlo. Es un proceso de aprendizaje diario en la convivencia y uno mismo debe hacer un esfuerzo para comprender y dejarse ayudar, para que ellos también puedan tener su participación en ese trato. Si bien en Tokio, Yokohama, Osaka o Nagoya hay presencia de extranjeros, para el japonés común no es usual tener trato en el día a día o de vecinos, por ejemplo.

-¿Cuáles son esos valores?

-Son aquellos que están grabados dentro de esta sociedad. Aún con los cambios que se producen, hay una jerarquización en el trato hacia las personas. No solo hacia los mayores, sino si tienen un cargo, si es un profesor, o un maestro. Uno debe saber ubicarse en cada lugar y situación para no ser irrespetuoso. Se puede ser simpático, pero también hay que ser cauto, mucho más si es una relación inicial. Ser más humilde, tratar que la otra persona pueda entender cuál es la intención de alguien en querer relacionarse con un japonés. No es algo muy difícil, son pautas. Y tampoco es que sean tan cerrados como uno puede pensar. Al contrario, si uno logra su confianza y credibilidad, aquí tiene muchas posibilidades. Y ellos también necesitan la presencia de extranjeros, quieren conocer cómo pensamos, cómo actuamos, por qué a veces actuamos de una manera que para ellos es inentendible. En ese sentido hay muchas diferencias con la Argentina. Además, hay ciertas modalidades y formalidades en la relación y la comunicación con los japoneses. Hay que ir cultivando esa relación, que puede terminar en una buena amistad. Pero la manera en que se manifiesta esa amistad es muy diferente al mundo argentino o latino.

-¿Pero te conocés con tus vecinos, por ejemplo?

-Yo personalmente, por mi forma de ser, me conozco con la señora que atiende en la tienda de conveniencia, el 7 Eleven, en la tintorería, en algunos bares o restaurantes de la zona, porque vivo hace más de 20 años aquí. Pero no es tan familiar o ameno como puede ser un barrio de Buenos Aires. Y el otro tema es que, por ejemplo, yo vivo en un edificio de tres pisos, donde hay 18 departamentos, y salvo con una o dos familias, no nos conocemos. Los jóvenes se mudan muy seguido, hay una movilidad muy importante. En este tipo de grandes ciudades es muy difícil tener una relación con los 
vecinos



 

Matsumoto en Yokohama. Hace 31 años se fue a Japón

-¿Dónde vivís?

-En la ciudad de Yokohama, a 25 kilómetros del centro de Tokio. Pertenece a la prefectura o provincia de Kanagawa. Es una ciudad grande, tiene 3.700.000 habitantes, son barrios con muchos edificios. Yo vivo en una zona más residencial, no de edificios torres, pero sí de 15 pisos, como si fueran monoblocks para clase media o media alta. Yo acá soy clase media. Los que vivían desde antes, que tenían un terreno, pueden tener una casa con un pequeño jardín. Pero por la alta densidad que tiene Tokio y este conurbano, la propiedad es muy cara, principalmente la tierra. Las casas son más pequeñas, y solo pueden tener garaje para un vehículo. Y no sé si saben, pero aquí el que no tiene un garaje no puede comprar coche. Es una regulación que existe a nivel país.

-¿Cómo es eso?

-Claro, el que va a comprar un coche debe demostrar, con un comprobante, que en su vivienda tiene un garaje, y si es un departamento alquilado, que tiene un parking o lugar para guardarlo. Y la policía local va a constatar que es así, con eso puede comprar un vehículo.

-¿Cuánto gana en promedio un japonés?

-Según las estadísticas, en promedio unos 40 mil dólares. Sin embargo, en realidad esa cifra no representa lo que realmente se gana en las grandes ciudades. Yo considero que es de 50 o 55 mil dólares. Pero una cosa es la gente que vive en Hokkaido, al norte, o aquí en Tokio. Y otra en Okinawa, al sur, donde es mucho menor el ingreso. Allí el promedio será de 30 mil dólares.




En una estación de subte cercana a Tokio

-¿Es fácil ahorrar?

-Sí, como hay mucha estabilidad económica, se puede ahorrar. Los intereses que el banco da son mínimos, pero la estabilidad y la misma economía lo hacen posible. En sí, los japoneses son de ahorrar bastante. Incluso las generaciones jóvenes. Pero claro, eso depende de cómo uno quiera vivir. El margen de ahorro ahora es un poco menor en comparación con las décadas anteriores. Y la principal razón es que en los últimos 10 o 15 años no hubo mucho aumento del salario. Pero claro, al estar en deflación y al haber tanta estabilidad es más difícil que los haya. Las grandes empresas que han tenido beneficios sí han pagado salarios elevados con bonificaciones, como un aguinaldo. Han sido generosas. Aunque supongo que ahora, con la pandemia, eso quedará reducido a su mínima expresión.

-¿Cuánto cuesta una casa?

-Depende de la zona. En Tokio y Yokohama la propiedad es muy cara. Estará entre 400 y 600 mil dólares. Acá se suele hacer un crédito hipotecario a 25 o 30 años, entonces uno trabaja toda su vida para pagar esa hipoteca. Y si es conveniente comprar o alquilar dependerá de cómo cada uno planee su familia, la composición familiar, porque de por sí acá la cantidad de niños es bastante baja, de 1,35 hijo por pareja. Y lo que es alquiler, seguridad social, impuestos, van sumando.



En el subte, de Yokohama a Tokio

-¿La paternidad se planea en forma muy minuciosa?

-No es tan así. Las japonesas están bien informadas de los costos que implica tener un hijo. El tema es, como familia, cómo mantener los gastos de la hipoteca y la educación. Acá es cierto que la educación es gratuita, pero hay un montón de costos adicionales, aun siendo la escuela pública, que deben ser asumidos por los padres. Desde luego, si es una familia de muy escasos recursos, con ingresos muy bajos, de 20 o 15 mil dólares para abajo, y tienen dos o tres chicos, el Estado ofrece subsidios y ayuda. Pero aún para una clase media o media alta, si uno quiere vivir con las comodidades que ofrece la civilización de hoy, se hace difícil tener muchos chicos. Esto se viene dando desde hace 25 o 30 años. Cuando vine a Japón ya se hablaba de estos temas. Y desde el 2004 la tasa de fecundidad comenzó a bajar. Si esto sigue, de los 126 millones que somos ahora, en 25 años seremos 100 millones o tal vez un poquito menos. Como toda sociedad, en algún momento se encontrará el punto de equilibrio. Las distintas medidas de apoyo a la familia, a la crianza, a la educación de los hijos con programas de ayudas y subsidios no han dado los resultados esperados. Eso significa que también el estilo de vida de las últimas generaciones ha cambiado mucho. Y hasta que no se revierta esa conciencia, la tendencia seguirá.

-¿Tuviste muchos llamados desde Argentina para averiguar cómo radicarse en Japón?

-Sí. En estos días me ha escrito gente amiga preguntando si hay trabajo. Gente que tiene estudios, con bastante formación y experiencia. Y no nikkeis, como era yo. Personas que conozco desde hace años. Pero para alguien que no tiene ningún tipo de relación con Japón, o no tiene un muy buen manejo del inglés, es muy difícil obtener un contrato de trabajo. Y sin ese contrato no podrá tener un visado. Algunos dicen “me mando como turista y una vez allá obtengo el visado”. Eso es casi imposible. Y por supuesto mucho menos ahora, en la pandemia. En líneas generales hay que estar atentos, porque hay bancos de datos donde ciertas empresas con transacciones internacionales quieran contratar extranjeros con ciertos conocimientos y experiencias. Pero la contratación de extranjeros calificados está mucho más abierta que hace 20 o 30 años, hay que hacerlo muy bien, por medio de una agencia o gente de confianza y la garantía de que le tramiten el visado de trabajo.

-¿Qué sucede si alguien dice ‘me voy aunque sea a trabajar en una cafetería’?

-Hay un visado que se llama “working holiday”. Japón y Argentina tienen este convenio de reciprocidad y esto ha funcionado bastante bien. Creo que hay un cupo de 200 o 250 personas al año. En el 2019 vinieron muchos argentinos con ese visado. Es más de intercambio cultural, pero permite trabajar part time en cafeterías, o enseñando inglés o español o cualquier tarea. Pero lo fundamental es el intercambio cultural, idiomático o de aprendizaje y no el trabajo en sí. En ese sentido, para un empleado raso tomarse un vuelo y venir acá es imposible. Por eso digo, sin un contrato previo no creo que alguien tenga chances de permanecer en Japón como empleado o trabajador.


Visita a Buenos Aires: a punto de devorar una milanesa.

-¿Qué es lo mejor de vivir en Japón?

-¡Qué pregunta difícil! En Japón vivimos 126 millones de personas en una superficie como la provincia de Buenos Aires, aunque si se toma la superficie habitable es un poco menos que la provincia de Santa Fe. Por lo tanto acá se hace necesario que la gente respete, tenga orden y disciplina social. Y a mí me gusta mucho que la sociedad tenga esos parámetros. No hay mucho ruido: los turistas extranjeros se asombran, aun estando en Tokio, en las avenidas principales me dicen “qué silencio”. O preguntan por qué no hay basura en el piso, y les respondo “porque la gente no ensucia”, tan simple como eso. Por eso no hay barrenderos en las calles, solo servicio de limpieza para los edificios.

-¿Hay seguridad?

-Sí, es una sociedad sumamente segura. Por supuesto que hay delincuencia, asesinatos y hechos bastante desagradables, pero en un año los homicidios registrados rondarán los 500 o 600. Hoy por la mañana leí que en Brasil el año pasado tuvieron 48 mil homicidios. Eso los japoneses no lo pueden entender. Ya tener 600 para ellos es mucho. Por eso, para las personas que no puedan cumplir con demasiados requisitos o exigencias, vivir en Japón puede ser un poco duro. Debemos pensar que la población siempre está sometida a terremotos y tifones, fenómenos naturales muy fuertes que causan daños. Siempre han tenido que lidiar contra la naturaleza, pero se han levantado. Pueden enojarse y protestar, pero saben que al día siguiente tienen que seguir poniendo el lomo. Ahí se ven muestras de solidaridad, cooperación y ayuda mutua que, aunque han cambiado algunas pautas, son elementos que están impregnados en la sociedad japonesa.


El año pasado, con su papá de 85 años en su casa de Escobar. Los palitos para el arroz, y el mate. Toda una definición.

-¿Y sentís nostalgia de la Argentina?

-¡Claro que sí! Y no importa en qué momento del año. A veces extraño el fuego de un asado, del carbón, de la carne… Son imágenes que uno va teniendo a medida que pasan los años. Pero otra cosa es regresar definitivamente para vivir otra vez en la Argentina. Yo tengo 31 años en Japón y partí de Buenos Aires a los 28 años. O sea que tengo más vida aquí que en el país donde nací. Me sería muy difícil regresar en este momento. Acá tengo familia, tengo una suegra que debemos cuidar. Así que por el momento sólo pienso en regresar de vacaciones, como suelo hacer cada dos o tres años. Ojalá el año que viene podamos tener intercambio de vuelos y en el segundo semestre estar por un mes en Buenos Aires. Tengo a mi padre allá en Escobar, que no está mal pero está decaído con lo que sucede con la pandemia, de no ver a sus amigos y necesita la compañía de nosotros.

-Sos profesor e imagino que alguna vez hablarás de la Argentina con tus alumnos.

 ¿Qué les sorprende de nuestra forma de ser?

-Yo les hablo más que nada de cómo son las leyes en América Latina. Cuando les digo que nuestras Constituciones tienen 200 artículos preguntan “¿por qué tantos?”. La constitución japonesa tiene poco más de 100, y muy simples. Y en la vida cotidiana no se judicializa todo. Los juicios son muy pocos en comparación con nuestros países o los Estados Unidos. ¡Ahí está! mis alumnos japoneses se asombran de la plata y el tiempo que perdemos en hacer juicios.

domingo, 11 de octubre de 2020

MALVINAS: 170 DIAS SIN REGISTRAR CASOS POSITIVOS DE COVID-19


En Malvinas cuentan con tres tipos de pruebas con hisopos para proteger mejor a toda la comunidad de la propagación del virus COVID-19.


Así lo anunciaron las autoridades británicas en las islas. De la totalidad de habitantes que residen en las islas, número que alcanza alrededor de 3600 personas, se realizaron más de 2600 pruebas, las cuales no arrojaron resultados positivos para COVID-19 en 167 días.


En las islas se realizaron 2682 pruebas para detectar el virus COVID-19. Llevan casi 170 días sin casos positivos.

Asimismo, las autoridades afirman que hoy cuentan con tres métodos de prueba con hisopos para proteger a la población. Amén de esto, la gente irá asimilando el frotis sintomático (técnica científica que consiste en la extensión de una gota de sangre sobre la superficie de un portaobjetos o de un cubreobjetos, con el fin de analizarla posteriormente al microscopio), esto permite realizar la prueba en pacientes con síntomas relacionados o similares a los síntomas gripales y la muestra se toma dentro de los primeros 3 días de presentar signos de enfermedad.


Puerto Argentino, Islas Malvinas.

Es común también hacer pruebas reactivas, particularmente, en personas relacionadas a la atención al público. Es el caso de personas que prestan servicios en centros de salud, servicios sociales, comercios y hotelería. Si bien el hisopado durante la cuarentena no es obligatorio en las islas, está disponible el servicio para empresas o personas que deseen hacerse la prueba en las instalaciones del Hospital de Puerto Argentino.



Hospital de Puerto Argentino, Islas Malvinas

Es de destacar que los isleños implementaron un sistema de pruebas para personas llegadas recientemente a las islas. El sistema se inicia realizando un llamado al Hospital una vez que se haya efectivizado el arribo. Los agentes de salud toman la novedad y realizan los hisopados a las 48 y a las 72 horas después del arribo. Luego se repiten los días 7 y 13, posteriores al arribo.