domingo, 29 de mayo de 2022

CONGRESO NACIONAL DE VETERANOS DE GUERRA EN SAN LUIS



Este viernes próximo pasado, se desarrolló el XXVIII Congreso Nacional de Veteranos de Guerra, que nucleó a representantes de Centros de Veteranos y Excombatientes de Malvinas de 20 provincias del país.



La localidad de El Volcán, San Luis, fue la sede del encuentro organizado por la Confederación Nacional de Combatientes de Malvinas. En esta oportunidad, los anfitriones fueron los Veteranos de Guerra de la provincia puntana, quienes en el inicio del mismo y a través de su presidente, VGM Ofaldo Lucero, dio la bienvenida al presidente de la Confederación VGM Ramón Robles y a los representantes de 20 provincias.


Mesa directiva del XXVIII Congreso Nacional de Veteranos de Guerra "Mario Esteban Frola", realizado en El Volcán, San Luis.

Luego del mismo, la banda de música del Ejército Argentino interpretó las estrofas del Himno Nacional, se realizó un minuto de silencio y se interpretó la Marcha de Malvinas. El acto también contó con la presencia de representantes del gobierno provincial.

Durante el Congreso se trataron distintas problemáticas traídas a la mesa de trabajo por los delegados de las provincias. Entre ellas se trató:Problemática de Anexos 40.
Informe de la Comisión Nacional, a través del VGM Horacio Szerman.
Informe de Cancillería, a través del VGM Adolfo Schweighofer.
Situación de la obra social de los veteranos (PAMI).



La Banda de Música del Ejército Argentino, interpretó las estrofas del Himno Nacional Argentino y la Marcha de Malvinas. 

En el encuentro en se escuchó a los representantes y se hizo hincapié en seguir trabajando por la salud y bienestar de los Veteranos y Excombatientes de la Guerra de Malvinas en todo el país.

El VGM Ofaldo Lucero, explicó que estos encuentros se realizan cada dos meses y se desarrollan en diferentes puntos del país. En los diferentes encuentros se exponen las situaciones de cada lugar acerca de estados de juicio y situación sanitaria de los Veteranos. Lucero agradeció al gobierno de la provincia de San Luis por el apoyo en la realización del Congreso. “En nombre de los Veteranos de la provincia, le damos gracias”, dijo al referirse al gobernador Alberto Rodríguez Saa.

Por su parte el presidente de la Confederación, VGM Ramón Robles expresó que estos congresos sirven para interiorizarse de las realidades que afrontan los compañeros de todo el país, debatir acerca de esas realidades y afrontar las problemáticas para encontrar una solución en conjunto.



Los Veteranos de las diferentes provincias expusieron la situación particular de cada Centro al que pertenecen. Imagen VGM Conrado Zamora - Centro de Excombatientes de Malvinas en Ushuaia, en representación de Tierra del Fuego. Foto: Vía Malvinas

En estos tiempos, una de las preocupaciones es la salud de los Veteranos y Excombatientes y la cobertura de la Obra Social PAMI. En relación a ello, se realizó una visita al nuevo hospital “Ramón Carrillo” en San Luis y se llevaron una grata sorpresa al ver la entidad sanitaria. “La verdad que nos quedamos impactados. Ese hospital va a hacer un convenio con PAMI”, dijo y comentó que el gerente de la Obra Social lo invitó a recorrer las instalaciones del nosocomio para ver si estaban de acuerdo en hacerse atender allí. “Cuando vimos el hospital, no podemos decir que no”, indicó. No obstante, recordó la mala situación que atraviesan los compañeros en otras provincias por falta de cobertura sanitaria.




XXVIII Congreso Nacional de Veteranos de Guerra “Mario Esteban Frola”.

Para finalizar, el VGM Ramón Robles coincidió con su compañero VGM Ofaldo Lucero y destacó la importancia de encontrarse entre Veteranos y Excombatientes de Malvinas para conversar, exponer las distintas problemáticas, buscar soluciones y malvinizar en cada lugar que se juntan. Fue el caso que se dio con un niño de nombre Felipe Villegas, que se hizo presente en el Congreso que, al igual que Thiago (Chubut), Máximo (Tierra del Fuego) y Maximiliano (Salta), entre otros niños, forman parte del semillero malvinero y con ellos llevan el legado de Malvinas, no solo con el recuerdo de la guerra, sino con la convicción de que esos archipiélagos y espacios marítimos corresponden y son Argentina.



Veteranos de Guerra entregaron presentes al niño malvinero que se presentó durante el encuentro en San Luis. Él al igual que otros niños del país comparten la pasión por Malvinas

lunes, 16 de mayo de 2022

EL RIO CARCARAÑA FUE ATACADO POR LOS HARRIER EL 16 DE MAYO 1982




Relato de un náufrago en Malvinas: el ataque de los Harrier, el “miedo infernal”, la noche congelados y las heridas

El oficial de comunicaciones de la Marina Francisco Elizalde vio hundirse al Río Carcarañá, el buque que tripulaba, el 16 de mayo de 1982. 

El instante que salvó su vida, los días en las islas, las heridas en la guerra y el ignorado regreso al continente: “Me bajé en Puente Saavedra, vestido de verde con una barba de 40 días, paré un taxi y le dije: ‘no tengo plata, ¿me llevás hasta Belgrano?’”





El Río Crcarañá 

En abril de 1982, Francisco “Pancho” Elizalde era un joven oficial naval de radiocomunicaciones recién egresado. Poco menos de un mes antes, a mediados de marzo, había sido convocado junto a un grupo de colegas para integrar un plantel de operadores de radio en la estación transmisora de la estatal Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA). Sus tareas de rutina consistían en emitir un boletín noticioso diario, que se transmitía en distintos horarios a buques argentinos desparramados en los más remotos lugares del mundo.

En la tarde del 1° de abril algo extraño sucedió: su jefe directo le entregó al grupo de operadores del que formaba parte un mensaje cifrado para ser transmitido. Elizalde cumplió la orden, sin siquiera sospechar que lo que estaba haciendo era dar la noticia del desembarco argentino en Malvinas, algo que comprendió recién al día siguiente, cuando vio las tapas de los diarios. “Yo estaba viviendo en la casa con mis padres, era soltero, cuando voy a levantar el diario veo la recuperación de Malvinas, dije ‘ah, era esto’. Y así fue que el 2 de abril me sorprendió y ahí fue que entendí por qué nos habían contratado unos 15 días antes”, explicó.


El abandono debió hacerse con la mitad de las balsas y botes, pues la otra mitad habían sido destrozados por el ametrallamiento de los Harrier


Pocos días después, Elizalde fue comisionado a bordo del buque Río Carcarañá, un barco que dada su antigüedad no se encontraba operativo, y no tenía siquiera baterías. La tripulación había sido “robada” de distintas unidades y estaba compuesta por hombres al borde de la jubilación y otros recién egresados. Tras una titánica tarea de oficiales y tripulantes, el buque fue puesto en condiciones de navegar y el 23 de abril zarpó desde las actuales instalaciones del Yacht Club Puerto Madero, con Elizalde como primer oficial de radio.

Como tantos otros navíos, el de Elizalde, un buque de la marina mercante, fue utilizado para probar si había submarinos en el círculo de exclusión unilateralmente dispuesto por los ingleses. La nave cumplió en forma exitosa su misión, y descargó en Puerto Argentino la totalidad de los pertrechos que transportaba.

“La misión que nos dan en ese momento era llevar aprovisionamiento para el Sur, y cuando estábamos navegando en el Canal, nos avisan que íbamos a ir a Puerto Argentino. La realidad era que, y eso lo supe muchos años después, íbamos a ver la efectividad real o no del bloqueo determinado por los ingleses”, relató Elizalde en diálogo con Infobae y añade: “El tema es que cuando vos usás un señuelo, tratás de que el daño sea el menor. Nosotros veníamos cargados de combustible, dos bodegas completas con tambores de 200 litros de combustible liviano, habíamos llevado una batería completa antiaérea que creo que después estuvo no sé si es Cambert, y lleno de explosivos”.


"Le tiraron dos bombas y nos ametrallaron. En mi camarote, que como el camarote de radio está en la misma cubierta de la timonera, se ve que hay 23 impactos del cañón del Harrier", recordó Elizondo

El mediodía del domingo 16 de mayo, dos Harrier, que previamente habían sobrevolado sobre el buque, lo atacaron. “Le tiraron dos bombas y nos ametrallaron. En mi camarote, que como el camarote de radio está en la misma cubierta de la timonera, se ve que hay 23 impactos del cañón del Harrier. Yo estaba tirado en la cama descansando porque había largado la guardia a las 12, fui a comer y me tiré un rato para descansar porque tenía que volver a tomar guardia a las 4 de la tarde. No sé qué fue lo que pasó, abrí los ojos y me tiré por la escalera mientras había un montón de gente que venía desde la timonera, desde el puente bajando por la escalera y nos juntamos todos en el centro del buque”, relata Elizalde.

El abandono debió hacerse con la mitad de las balsas y botes, pues la otra mitad habían sido destrozados por el ametrallamiento de los Harrier. “La idea inicial es vamos, bajamos con los botes, nos vamos a tierra y después vemos cómo nos organizamos y cómo hacemos. Y eso fue lo que se hizo, se llevó todo como para poder hacer supervivencia. Yo tenía un miedo infernal en ese momento, fui el primero que se subió a un bote para poder bajar y soltar los ganchos”, recordó.

Con la ayuda del buque Forrest, los náufragos fueron llevados hasta Bahía Fox. “El shock es importante. Mientras estás en el buque estás viviendo con un estado de alerta importante pero de todas maneras es la vida de siempre. Pero una vez que está afuera es complicado. Creo que el shock más grande fue cuando llegamos a Fox”, recuerda el marino.


La llegada de los náufragos a Bahía Fox

En Bahía Fox, los náufragos fueron acomodados en un galpón para ovejas, “un galpón semicilíndrico que la chapa llegaba hasta unos 40 o 50 centímetros del suelo, apoyados sobre pilares, con lo cual el aire pasaba con una facilidad importante”.

El relato de esa noche es desgarrador: “No había luz, no había nada, así que el desconcierto y el desconsuelo era total. Los dos radios éramos de abundante anatomía y en ese momento le dijimos al primer oficial de cubierta, Mario Pedino, que era flaco, ‘Mirá Appendino, entre nosotros dos vos no te vas a congelar esta noche” y así estuvimos los tres tapados con frazadas para poder sobrevivir”.

El día siguiente transcurrió sin noticas sobre el desarrollo de la guerra, en estado de alerta “con mucho miedo y con mucha desorientación”. Sin embargo, por pedido de los oficiales del Ejército, encontraron una nueva misión: “Necesitaba poner unas antenas para ver si nos podíamos comunicar con el continente, con equipos de radio aficionados”. “Y ahí cambia mucho para nosotros por el hecho de tener una misión clara”, explica.

Los casi 20 días de trabajo de Pancho Elizalde con los soldados de Bahía Fox forjaron una unidad que aún se mantiene a punto tal que hasta hoy siente más pertenencia al regimiento en el que sirvió como voluntario que hacia el buque en el que cumplió su tarea reglamentaria. El Ejército lo reconoció con la medalla al mérito por su labor.



En Bahía Fox, los náufragos fueron acomodados en un galpón para ovejas, “un galpón semicilíndrico que la chapa llegaba hasta unos 40 o 50 centímetros del suelo, apoyados sobre pilares, con lo cual el aire pasaba con una facilidad importante”

Tras ser herido por una esquirla de un cañonazo en la noche del 25 de mayo, el 5 de junio fue evacuado al continente junto al resto de sus compañeros marinos, primero en barco, luego en helicóptero y finalmente un avión de la Armada que lo dejó en el aeropuerto de Ezeiza. No había una banda militar lista para rendirle los honores que merecían: solo dos oficiales de inteligencia naval se aproximaron al contingente. Lo que siguió a esa recepción es aún más doloroso: “Nos dijeron qué era lo que podíamos decir y lo que no podíamos decir, nos metieron arriba de un micro y nos dijeron que nos dejarían en Retiro o en Constitución. Por suerte convencimos al chofer que nos parara en los distintos lugares que nos quedaban cerca. (…) Me bajé en Puente Saavedra, vestido de verde con una barba de 40 días y una valija recuperada de mi buque, paré un taxi y le dije: ‘no tengo plata, ¿me llevás hasta Belgrano?’”.

Cuarenta años después, Elizalde sostiene que “la postguerra fue mucho más dura que la guerra”. Sin embargo, cree que “de todo se puede sacar algo bueno”: “Yo lo que saco son los hermanos que tengo. Yo soy hijo único pero tengo hermanos que están junto a mí, que son con los que hemos estado bajo fuego y hemos combatido. Uno aprende en la guerra que tiene que hacer las cosas en equipo, no hay nada que se pueda resolver solo. Y eso es lo que nos falta, que tenemos que aprender a capitalizar en el país y que nos enseñó Malvinas. Hablan de los chicos pero no hubo chicos. Nadie es chico cuando siente el primer disparo que le pasa cerca. Yo no vi gente con miedo, yo vi gente determinada”, concluye.

miércoles, 11 de mayo de 2022

TRAS EL RECONOCIMIENTO COMO EXCOMBATIENTE, RECIBIO SU DNI COMO "HEROINA"


“No me siento una heroína, pero es un orgullo enorme que mi documento de identidad lo diga", expresó Alicia Mabel Reynoso.






Alicia Mabel Reynoso, una de las 14 enfermeras de la Fuerza Aérea que integró el Hospital Reubicable instalado en Comodoro Rivadavia y que, tras más de una década de lucha en la justicia logró que se la reconozca como excombatiente, recibió hoy, en vísperas del Día Internacional de la Enfermería, su documento nacional de identidad (DNI) con la leyenda “ex combatiente, heroína de la guerra de las Islas Malvinas”.

“Es un triunfo del feminismo”, afirmó con entusiasmo esta mujer de 66 años en diálogo con Télam, y remarcó que “cuando el feminismo se empodera desde el respeto y la verdad el patriarcado frena, y acá frenó”.

“Costó, pero llegó y me llena de orgullo”, apuntó Reynoso, y explicó que tuvo “que hacer tres veces el trámite del documento porque siempre lo mandaban mal, aún adjuntando todos los papeles correspondientes lo mandaban sin la leyenda y no es un capricho, es la ley”.

La mujer, que a sus 23 años junto a otras enfermeras prestó servicios en el Hospital de Campaña reubicable de Comodoro Rivadavia durante el conflicto bélico, tuvo que hacer juicio al Estado ya que este no le reconocía su condición de excombatiente porque no participó en acciones bélicas dentro del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS).


“Tuve que hacerle juicio al Estado, once años porque por una u otra cosa siempre pasaba o faltaba algo”, dijo Reynoso, quien el 7 de mayo del 2021 recibió la sentencia de la Cámara Federal de Seguridad Social que confirmó su derecho de “percibir los beneficios para los excombatientes del conflicto del Atlántico Sur”.
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“Con el reconocimiento de la justicia estuve nueve meses para que me den el certificado de excombatiente que, entre otras cosas, me permite sacar el DNI y después de tres veces presentar el trámite del documento. Pero la tercera es la vencida”, aseguró la enfermera que el año pasado participó de la campaña de vacunación en Paraná, ciudad donde reside.

“No me siento una heroína, para nada, pero es un orgullo enorme que mi documento de identidad lo diga. Estoy muy muy feliz”, sostuvo Reynoso y destacó la ayuda y el trabajo de la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta.

Asimismo, la mujer destacó el hecho que su DNI tenga la leyenda que la reconoce como excombatiente y como “heroína, en femenino, como corresponde”, en este sentido, recordó que Stella Morales, compañera de aquel equipo de enfermeras de la Fuerza Aérea también tiene su documento, “pero dice héroe”.


Morales explicó a Télam que tuvo “que hacer el documento dos veces porque la primera vez lo hicieron sin la leyenda” y que en marzo de este año recibió el segundo con la leyenda “ex combatiente, héroe de la guerra de las Islas Malvinas”.

“Voy a iniciar un nuevo trámite para que me lo cambien a heroína, que es lo que corresponde”, sentenció la mujer y celebró el reconocimiento a su compañera.

Desde el 2014 los veteranos de la Guerra de las Islas Malvinas tienen en sus documentos de identidad una leyenda en la parte superior del frente que los identifica como tal, reconocimiento que también queda plasmado en las licencias de conducir.

martes, 10 de mayo de 2022

"EL HUNDIMIENTO DEL TRANSPORTE A.R.A "ISLAS DE LOS ESTADOS.





10 de mayo de 1982:

El buque Transporte A.R.A. “Isla de los Estados” con sus 25 tripulantes arribó durante el mediodía del histórico 2 de abril y amarró en el pequeño muelle de madera de Puerto Argentino, la capital de Malvinas. Desde entonces, permaneció afectado a las operaciones de apoyo logístico en el archipiélago. Jamás regresó al continente.

Su escaso calado resultó ideal para las operaciones de carga y descarga. Asimismo, su tripulación ya tenía una gran experiencia en navegaciones por los canales de la zona y un conocimiento con el que otros pocos contaban. Durante sus días de guerra, la unidad trasladó a varios soldados mientras sus bodegas transportaban víveres, municiones, equipos militares y combustibles hasta donde se necesitaran.

ARA ISLAS DE LOS ESTADOS


HMS ALACRITY


El “Isla de los Estados” mantuvo alta la moral de las tropas y se convirtió en un elemento fundamental para el abastecimiento durante el conflicto, hasta que se le ordenó dispersarse, junto con los otros mercantes, por temor a que fueran atacados por los británicos. Entonces, zarpó el 1° de mayo y su último día lo encontró cerca de Puerto Mitre (Howard), en el Estrecho de San Carlos.

En las bodegas y por la cubierta del mercante estaban estibados varios vehículos ligeros, incluyendo un camión lanzacohetes para el Ejército de Tierra, otro vehículo especial de la Prefectura Naval, diferente munición y 358.500 litros de JP1 (1.600 tambores de 210 litros cada uno y 5 contenedores de 4.500 litros), una mezcla de hidrocarburos destinada a los aviones de reacción.




En ese mismo momento, los planes de la fragata británica HMS “Alacrity” eran navegar por el interior del estrecho de sur a norte en busca de minas marinas, hasta que su radar marcó la presencia de una unidad desconocida: nuestro mercante. La bengala que iluminó al A.R.A. “Isla de los Estados” fue una sorpresa, no se esperaban buques enemigos en el área. Pero no hubo tiempo. El comandante inglés ordenó entonces preparar su cañón Vickers Mk8 de 4,5 pulgadas de proa para comenzar el ataque.

El primer impacto de cañón los golpeó por estribor. Lo siguieron varios disparos más que dejaron al navío escorado en llamas. La mayoría de los hombres murieron tras una explosión en los tanques de combustible, mientras los otros intentaban abandonar la unidad entre gritos desesperados y balsas casi consumidas por el fuego. Aquellos hombres jamás habían visto ni verán una noche más oscura y fría que la del 10 de mayo de 1982.




El mercante quedó envuelto por el gélido mar del sur y sus únicos dos sobrevivientes fueron rescatados días después por el ARA “Forrest”: el Capitán de Corbeta Alois Payarola y el Marinero Alfonso López. Por su heroica historia y la de todos los participantes en la Gesta, cada 10 de mayo la Armada recuerda a los caídos de la Marina Mercante y la Prefectura Naval Argentina durante la Guerra de Malvinas, quienes ofrendaron su vida con valentía y vocación; y homenajea a quienes son testigos presentes de lo vivido.

Bajo el pabellón nacional, participaron treinta y cuatro buques mercantes de diferentes tipos y trece buques pesqueros, además de las unidades del Servicio de Transportes Navales de la Armada.

domingo, 8 de mayo de 2022

DRAMATICO RELATO DEL CABO SEGUNDO ADAN BEJARANO



La muerte, el hambre y los ataques: el dramático relato sobre cómo el Regimiento 5 resistió el bloqueo británico en Malvinas.

Adán Bejarano integró como cabo el grupo que sobrevivió al asedio más duro de los ingleses en la guerra. Su recuerdo del sacrificado trabajo en Puerto Howard, en la isla Gran Malvina: “No había forma aérea, marítima o terrestre de abastecer a la tropa”, dijo





Adan Bejarano tiene 60 años y es el actual Secretario del Centro de Veteranos de Malvinas en Apóstoles, Misiones

Cuando miró por la ventanilla del avión aquel amanecer de abril, vio la costa de las Islas Malvinas y fue el momento en el que tuvo la certeza de que sería uno de los protagonistas de la guerra. Adán Bejarano tiene 60 años y es de la provincia de Misiones, pero en su juventud formó parte del Regimiento 5 de Infantería en Paso de los Libres, Corrientes. Desde allí, días después del inicio de la Guerra de Malvinas, junto a sus compañeros recibió la orden de subir a un tren. Nunca les dijeron el destino: llegó a Paraná, Entre Ríos, desde donde partieron en avión hacia a Comodoro Rivadavia.

“Nos pusieron a cuidar durante unos días una destilería de petróleo sobre la costa del Océano Atlántico. Cuando llegamos, no sabíamos que iríamos a Malvinas: pensábamos que íbamos a ir al sur a cubrir a las unidades que sí irían a las islas”, recordó en diálogo con Infobae el actual Secretario del Centro de Veteranos de Malvinas en Apóstoles, Misiones.


En Chubut y de un día para el otro, el grupo que Adán integraba como cabo fue trasladado nuevamente. Por primera vez el destino quedó claro antes de volar. “Primero llegamos al Regimiento 8, en Comodoro Rivadavia. Fue en la noche, como a las 21 horas, y nos pusieron en el comedor. Ahí nos acomodamos y dormimos como pudimos, amontonados con otro grupo de cientos de soldados. Después, en la madrugada nos despertaron con un grito: ‘¡Arriba! ¡Todos arriba!’. Nos pidieron que tomáramos el equipo y nos encolumnáramos para salir. Afuera, me acuerdo, hacía frío y estaban todos los camiones en marcha. Nos subimos y nos llevaron al aeropuerto local para tomar un vuelo. Ahí recién supimos a dónde íbamos”.

Aquella noche, la salida del continente ocurrió durante la madrugada y a bordo de un Fokker F28 de la Fuerza Aérea. “Mirábamos por la ventanilla y era todo agua. Cuando nos dijeron que íbamos a aterrizar en Malvinas, me acuerdo que miré y se veían las islas. El aeropuerto y la pista no estaban rodeados de tierra en el centro. Estaba prácticamente sobre el mar, ni bien comienza la tierra. El avión aterrizó en la base de las Islas”.

Una vez allí, en Puerto Argentino, el grupo de Adán hizo base a unos cinco kilómetros, donde recibieron la orden de tomar posesión del lugar. “Estábamos acostumbrados a lo cálido de Corrientes y Misiones. Uno de nuestros principales enemigos era el frío. Tampoco sabíamos cómo era el terreno… Acá, en el NEA, es todo llano pero allá te encontrás con alturas de 200, 300, 400 metros, con muchos desniveles. Complicó no estar acostumbrado”, aclara.

En Puerto Argentino, Adán integró el Regimiento 5 de Infantería en Paso de los Libres, que a su vez estaba organizado por compañías -él estaba en la C Yapeyú-. Luego, las compañías se dividían en secciones y a su vez por grupos. En los desplazamientos, siempre estuvo rodeado por los mismos compañeros. “Al poco tiempo nos sacaron de ahí. Desde el aeropuerto tomamos los equipos y embarcamos en helicópteros. En ese momento uno no piensa en nada”.



Con el Regimiento 5 de Infantería de Paso de los Libres, Corrientes, llegó a Paraná, Entre Ríos, desde donde partieron en avión hacia a Comodoro Rivadavia. No sabía que iba a la guerra

- Desde Puerto Argentino fueron trasladados a Puerto Howard, bautizado Puerto Yapeyú. ¿Cómo fue el arribo a un nuevo lugar desconocido?

- No había nada. Había un pequeño muelle a pocos kilómetros, al que yo nunca fui. Cuando nos bajan del helicóptero, nos dejan sobre una altura. Ahí nos asignaron los sectores de defensa y volvimos a cavar nuestras posiciones. Y ahí nos quedamos: ese fue nuestro mundo.

- Armaron su propio techo.

- Nuestro techo eran los pozos de zorros. Hacíamos nuestro pozo y con el tiempo cada uno iba aprendiendo a mejorarlo, porque se llenaba de agua. Había que conseguir algo para poner abajo y no estar con los pies permanentemente mojados y fríos. Se buscaba evitar el famoso “pie de trinchera”, que era cuando se te congelaban los miembros inferiores. Se mueren los tejidos y hay que cortar.

- ¿Cómo fue ese día a día en el que todo se fue deteriorando?

- Fue realmente complicado. El Regimiento 5 que integré es el que estuvo más aislado de todas las unidades que participaron de la guerra. Sufrimos un bloqueo terrible por parte de los británicos. Eso trajo muchas consecuencias: hubo un soldado que murió de hambre, desnutrido (NdR: fueron dos los fallecidos por desnutrición severa). Estaba en la Compañía B y su nombre era Remigio Fernández. Lo bajaron de arriba de las posiciones y lo llevaron al puesto de socorro. Estaba desnutrido, ya famélico sin fuerza por la falta de comida. Lo llevaron ahí abajo y a los pocos días murió. Todos estábamos en condiciones físicas bastante malas porque al principio se comía bien, después se empezó a comer menos y después ya no había. No había nada producto del bloqueo. El 5 fue el Regimiento más aislado. Te soy sincero: lamentablemente fue algo normal. La propia situación o el propio ambiente hacía que uno tome esa muerte como la de otros compañeros que cayeron en otros ataques de forma natural. Soldados que perdieron las piernas, otro que se llenó de esquirlas… Uno tomaba esas situaciones con naturalidad.

- ¿Tenían algún tipo de directiva?

- Le habían dado la orden al Regimiento de cruzar a Darwin para hacer un contraataque en la retaguardia del enemigo. Fue una cosa que no se pudo lograr nunca porque no contábamos con los medios, ni equipos ni municiones. En los morteros nos quedaban solamente 20 tiros. Era imposible realizar lo que querían que se hiciera. No había equipos y la gente ya estaba con grandes problemas de desnutrición. Todo el regimiento, te estoy hablando de 600 o 700 hombres.



"El propio ambiente hacía que uno tome esa muerte como la de otros compañeros que cayeron en otros ataques de forma natural. Soldados que perdieron las piernas, otro que se llenó de esquirlas… Uno tomaba esas situaciones con naturalidad", dijo

- ¿Cómo describiría la dureza del asedio británico?

- Los ingleses tenían el dominio aéreo y ya tenían controlado gran parte del territorio. Era imposible abastecernos. Una vez se acercaron, al menos, tres helicópteros para traer municiones y derribaron a dos. Hubo otro que se salvó, pero no lograron llegar a donde estábamos nosotros. Había un barco que venía con víveres y lo hundieron, no llegó. Los barcos que traían el armamento pesado también fueron hundidos. Hundieron uno que se llamaba Isla de los Estados… No había forma aérea, marítima o terrestre de abastecer a la tropa. Por eso es que al final no comíamos nada.

- En ese contexto de crisis, ¿cómo recuerda el rol de los superiores?

- El coronel Juan Ramón Mabragaña era el jefe del RI5. Yo rescato mucho su figura porque para mí la historia no lo recuerda, pero él fue un ejemplo de cómo un jefe debe conducir a sus hombres en una guerra y de cómo debe hacerlo en condiciones muy difíciles. El coronel salía, recorría las posiciones, hablaba con la gente. Era como un padre. Le daba contención a la gente. Él es muy querido. Su comportamiento fue ejemplar.

- ¿De qué manera resolvían la alimentación en el día a día?

- Al final comíamos medio jarro de puré por día. Esa era nuestra única comida. Juntábamos pescaditos para poder comerlos fritos. Recuerdo cuando todavía no nos habíamos quedado sin nada, se repartían siete corderos por compañía para hacer hervir y comer. El que podía, le sacaba un poco de grasa y la ponía en las lata de durazno, ahí ponía cáscara de papa o zanahoria y se hacía una sopita. Se comía eso. Después ya no había absolutamente nada.

- ¿Cómo accedían a esos pescaditos para comer?

- A la bajada de nuestra posición, a unos cien metros, pasaba el brazo de un río. Ahí, cuando bajaba la marea, nosotros íbamos a buscar algunos pescaditos que quedaban entre las piedras. Hay una foto en la que se ve a la bahía de frente. Al costado izquierdo se ve un brazo de rio que cruzaba cerca de las posiciones nuestras. Cuando bajaba la marea íbamos a escarbar entre las piedras. Eso comíamos.


"A pesar de que pasaron 40 años, cuánto más se aleja la guerra, más se acercan los recuerdos", aseguró Adán Bejarano

- Habían sobrevivido al hambre y al asedio, ¿cómo sobrevivieron a los ataques?

- Tuvimos ataques de la aviación y generalmente había cañoneo naval de noche, que no te dejaban dormir. No podías descansar, tenías que estar atento. Había patrullas de comando británico en las cercanías. Me tocó disparar. Yo tenía un fusil similar a un Fal, pero un poquito mejor. Te empezaban a cañonear y no sabías dónde iba a caer, si te va a tocar a vos o no. Cuando atacaba la aviación, también. No sabés por dónde van a tirar la bomba.

- ¿Cómo recuerda el momento en el que les dicen que la guerra terminó?

- Un día llegó la orden de cese y alto al fuego. Al otro día teníamos que rendirnos y entregar las armas. Y así fue. Después llegaron los británicos en dos helicópteros. Nos hicieron formar por compañía y pasar uno por uno a dejar el armamento. Habían pilas de fusiles, cascos y esas cosas. Luego, los británicos nos revisaron. Nos llevaron al muelle en el Puerto Yapeyú y ahí nos subieron a sus lanchones de desembarco. Primero nos llevaron a un buque de transporte que tenían y nos dieron un plato de comida. Luego nos trasladaron al Camberra, donde estaba la Cruz Roja, que fiscalizaba el buen trato de los prisioneros de guerra.

- Una vez de regresó al continente, ¿cómo fue seguir adelante?

- No fue nada fácil. Cuando volví a Corrientes, al principio tenía problemas para dormir y soñaba mucho. No podía dormir en la oscuridad. En mi casa nunca me preguntaron nada, pero siempre me encontraba con gente que me preguntaba a cuántos había matado o si había matado a alguien. Son preguntas que nunca nadie respondió. En ese momento no decía nada, pero ahora siento que eran preguntas fuera de lugar. Yo no contaba nada y no quería contar nada. Pasó mucho tiempo hasta que pude empezar a hablar.

- Hoy, a 40 años de la guerra, ¿cuál es tu último recuerdo de Malvinas?

- Tengo dos recuerdos: cuando llegué y cuando nos fuimos. Cuando embarcamos en el Canberra tuve la oportunidad de mirar por la escotilla y ver cómo nos íbamos alejando de las Malvinas. Es una imagen que tengo presente y bien clara. Porque a pesar de que pasaron 40 años, cuánto más se aleja la guerra, más se acercan los recuerdos. Hoy los recuerdos en mí siguen intactos. Yo puedo cerrar los ojos y describir exactamente el lugar en el que estuve.

sábado, 7 de mayo de 2022

EL LEGADO DE SUS PADRES, ENTRE LA HISTORIA Y EL PRESENTE DE HIJOS DE CAMBATIENTES DE MALVINAS.



Los hijos de los caídos en la guerra del Atlántico Sur tienen un mensaje de amor y resiliencia. Representan el pasado y el presente, pero también el futuro de una causa que se mantendrá viva a través de las generaciones



ANDREA GUADAGNINI


Andrea Guadagnini es hija del capitán post mortem Luciano Guadagnini, de la Fuerza Aérea Argentina, y contaba con tan solo nueve meses cuando su papá lanzó bombas sobre la fragata HMS Antelope, no sin antes ser alcanzado por el fuego enemigo 

José Luciano Obregón, Andrea Guadagnini y Santiago y Constanza Martella son descendientes de héroes de Malvinas y de mujeres fuertes. Crecieron entre recuerdos, relatos y fotografías. Llevan las Malvinas en la sangre y son la herencia que dejaron quienes dieron su vida en la guerra.

José tenía ocho años en 1982, por lo que pudo compartir gran parte de su infancia con su papá, el suboficial segundo de mar Pablo Obregón. Distinta es la historia de Andrea, Santiago y Constanza. Andrea, hija del capitán post mortem Luciano Guadagnini, de la Fuerza Aérea Argentina, contaba con tan solo nueve meses cuando, el 23 de mayo de 1982 su papá, piloto de A4, lanzó bombas sobre la fragata HMS Antelope, no sin antes ser alcanzado por el fuego enemigo. El buque se hundió. Una edad similar tenía Santiago, quien cumplió su primer año de vida mientras su padre, el teniente primero post mortem Luis Carlos Martella, se encontraba en la guerra, junto al Regimiento de Infantería 4.



El día de ese primer cumpleaños, Santiago Martella recibió una carta de su papá. El primer párrafo es desgarrador, pues empieza con la despedida: “Esta es la primera carta que papá te escribe. Mamá, que es tan buena, te la leerá cuando la recibas y la guardará para que la puedas leer tú mismo”. Luis Carlos Martella también esperaba una hija, Constanza, a la que no llegaría a conocer. El 11 de junio de 1982, en el monte Dos Hermanas, pagó con su propia vida el repliegue de su sección. Dos días después del nacimiento de Constanza, llegó la noticia de su fallecimiento.

UNA INFANCIA FELIZ

“Los fines de semana, nos levantábamos y él siempre estaba muy contento. Cantaba y bailaba, era muy divertido”, recuerda José Obregón. También guarda un especial lugar en su memoria la estadía que tuvo la familia en el Reino Unido, cuando su padre estuvo destinado a la dotación del destructor ARA Hércules, construido en astilleros ingleses. “Yo tenía cinco años, vivíamos en una base naval en el sur de Inglaterra. Tengo flashes de reuniones con amigos, donde mirábamos fútbol y después se cenaba. Era una casa cómoda y linda, imaginate que en esa época teníamos televisor a color, año 1975. Veníamos de una vida linda y de cosas resueltas”, cuenta.

Años después, la familia Obregón se instaló en Punta Alta, ciudad próxima a Puerto Belgrano. Por la especialidad (escalafón de mar), su padre pasaba bastante tiempo embarcado. “Mi familia era papá, mamá, mi hermano –un año mayor– y yo. Mi papá tenía meses de navegación y volvía con regalos. Iba a la zona franca y siempre aparecía con las latas de chocolates y cookies”, describe.

Pero un día, su vida cambió para siempre. El 2 de mayo de 1982 el ARA General Belgrano recibió el impacto del primero de los dos torpedos que lo hundieron. Allí estaba embarcado Pablo Obregón. José iba a cumplir nueve años ese 24 de mayo.

ORGULLO Y EMOCIÓN

Andrea Guadagnini tenía nueve meses cuando perdió a su papá. Vivían en Villa Reynolds, provincia de San Luis. Mientras el piloto militar se encontraba en Malvinas, recibió una noticia: “Se enteró por medio de cartas de que mi mamá estaba embarazada. Mi mamá tenía 23 años, era muy joven… así que imaginate quedar viuda, con una bebé y embarazada. Creo que debió haber sido muy duro”, comenta Andrea. Y agrega: “Nuestras madres son las personas más fuertes del mundo. Gracias a Dios, ella lo llevó muy bien porque se juntaron todas las viudas. Casi todas eran de Córdoba, así que volvieron a su provincia para comenzar de nuevo. Nos reuníamos siempre. Recuerdo a mi familia aeronáutica, eran todas las viudas, con mis primos, sus hijos”.

Andrea asegura no haber vivido la pérdida de su padre desde el rencor. “Ellos fueron a cumplir con su deber, estaban convencidos de lo que estaban haciendo. Lo vivimos con orgullo, no desde la tristeza. Cuando escucho mi apellido, me pongo contenta”, confiesa.

PABLO OBREGON


El 2 de mayo de 1982 el ARA General Belgrano recibió el impacto del primero de los dos torpedos que lo hundieron. Allí estaba embarcado Pablo Obregón. José, su hijo, iba a cumplir nueve años el 24 de ese mes (Fernando Calzada)

Por su parte, Constanza Martella es contundente: “La única y más importante consecuencia que nos dejó la guerra es que nosotros crecimos sin nuestro papá. En nuestro caso, éramos muy chiquitos. Yo nací cuatro días después de la rendición y la verdad es que no tenemos ese registro de la guerra, no vivimos el momento traumático en el que alguien te dice ‘Tu papá no está más’”. 

“Es imposible hablar de Malvinas y no pensar automáticamente en papá y en la construcción que cada uno armó de ese padre. En mi caso, me genera mucha emoción y, en el 98 % de los casos, me largo a llorar, pero no porque tengamos recuerdos traumáticos, sino porque, tal vez, es el ideal que uno se armó en la cabeza de lo que podría haber sido. La verdad es que tuvimos a la mejor mamá del mundo. Ella hizo todo lo que tenía que hacer, pero uno se queda con lo que podría haber pasado. Hay que apechugar y salir adelante”, agrega Constanza. Su hermano, Santiago, coincide, y cuenta que, lamentablemente, no tiene recuerdos con su papá más allá de las fotos y de un casete con un audio de su voz.

LA DESPEDIDA

“Sabíamos que él se iba. La última noche nos quedamos durmiendo todos en la habitación, en una cama grande. Después, se fue”, cuenta José Obregón, al recordar el momento de la partida de su padre al ir a la guerra. Él continuó juntándose con sus amigos, en su mayoría hijos de militares. Cada tanto, les tocaba vivir las prácticas de oscurecimiento o alarmas en Punta Alta.

Andrea Guadagnini, por su parte, guarda la última foto que se tomó con su papá el día de la partida. El reloj marcaba la hora exacta.

LA PEOR NOTICIA

“El Belgrano fue hundido de una manera medio artera, estaba fuera de la zona de exclusión, con 1093 tripulantes. Por eso, decidieron hundirlo a cualquier precio”, dice José.

La familia Obregón recibió la noticia del hundimiento del crucero por los medios de comunicación. A partir de entonces, la madre de José y sus dos hijos caminaban a diario el trayecto que separaba su casa de la Escuela de Oficiales de la Armada, donde se había armado un centro de información: “Los listados eran de fallecidos y rescatados. Había incertidumbre sobre la gente que no aparecía en ninguno de los dos listados. Estaban todos los familiares, algunos con la alegría de confirmar que su pariente había sido rescatado. Nosotros fuimos muchas veces hasta que un día, cuando regresábamos, vimos una camioneta de la Armada en la puerta de casa. Casi llegando, mamá sospechó lo peor y nos dejó en la casa de una vecina. Más tarde, ese mismo día, nos contaron la noticia. La pérdida es dura”, recuerda José. “Mi papá tenía 34 años, cuando pasás esa edad, te das cuenta de que era rejoven”, agrega.

Ese día, Pablo Obregón estaba de guardia. Sobrevivió al ataque y permaneció en el buque hasta último momento: “Tengo entendido que el Belgrano tardó una hora y largo en hundirse. Tiraban las balsas, y la gente nadaba hasta ellas. En mayo, el agua estaba helada. Un compañero y amigo de él me contó que, cuando se tiró, llevaba en una mochila dos botellas de ginebra para sobrevivir al frío, pero se rompieron. Llegó a la balsa, y eran solo seis con él. Murió congelado. A la balsa, la encontraron el tercer y último día de rescate. Creo que, cuando los rescataron, los llevaron al buque Bahía Paraíso. Falleció producto del congelamiento. Lo trajeron a Puerto Belgrano y, como era de Corrientes, lo llevamos para allá. Y allí está, en el lugar que él hubiese querido”, se consuela José.

EL IMPACTO FAMILIAR

A las madres les tocó reconstruir los hogares. Santiago Martella señala que siempre supo la historia sobre el momento en el que su papá cayó en monte Dos Hermanas, pero que, con el pasar del tiempo, pudo reconstruirla también a partir de las voces de soldados con los que se fue cruzando y de la lectura de libros que se refieren al suceso.

Al hablar de su mamá, Constanza es clara: “Ella es la verdadera heroína. Es una mujer muy especial, tiene todo lo que necesitamos”. “Debían mostrarse fuertes”, dice Andrea Guadagnini al hablar sobre las mujeres de la Fuerza Aérea Argentina, que continuaron reuniéndose en Córdoba. “Siempre estábamos apoyados por las otras viudas y continuábamos asistiendo a las ceremonias de la Fuerza. El 23 de mayo, día en que cayó mi papá, nos enviaban alguna carta y nos llamaban por teléfono. Siempre estuvimos en contacto”.


SANTIAGO MARTELLA

Santiago Martella señala que siempre supo la historia sobre el momento en el que su papá cayó en monte Dos Hermanas, pero que, con el pasar del tiempo, pudo reconstruirla también a partir de las voces de soldados con los que se fue cruzando y de la lectura de libros que se refieren al suceso (Fernando Calzada)

“Sos hijo de un héroe”. A todos les tocó crecer escuchando esa frase. En el caso de José, la ciudad donde vivía fue atravesada por la guerra de Malvinas. En cada rincón, su papá era recordado y reconocido. Su mamá permaneció en Punta Alta, él se mudó a la ciudad de Buenos Aires para trabajar en la Armada Argentina y, finalmente, el destino lo llevó al astillero Tandanor: “Tuve los déficits de no contar con un padre, pero la mejor herencia de mi viejo es poder reforzar esa imagen, corta pero bastante fuerte, que yo tenía de él. De mi viejo, decían que siempre era divertido y que era buen tipo. Es un parámetro que, inconscientemente, operó en mí para ser lo que soy”. Además, José confiesa: “Muchas de las cosas que me pasan son gracias a él. La cuestión laboral y la vinculación con lo naval son cosas que asocio con él. También, le pido cosas puntuales. Lo tengo presente todo el tiempo”.

EL SER HUMANO DETRÁS DEL HÉROE

¿Cómo era Luis Carlos Martella? “Siempre los cuentos eran los mismos. Papá era un profesional muy responsable, orgulloso de su carrera. En lo personal, en los últimos años, busqué indagar un poco más en el ser humano detrás del héroe. Y no porque quiera conocer las miserias, sino para humanizarlo. Porque para nosotros, durante mucho tiempo, papá era el de la foto con el uniforme. ¿No había un padre, hijo o hermano?”, comenta Constanza. “Además, me empezaron a surgir esas dudas que van apareciendo cuando uno transita esa etapa de la vida”, agrega.

Su hermano Santiago también buscó conocer a la persona detrás del héroe en detalles de la vida cotidiana. Así, se enteró de que al joven oficial del Ejército le gustaba leer más que ver televisión, aunque solo la encendía para ver Titanes en el ring, pues era fanático del Caballero Rojo. También, que era de Independiente, aunque no le daba importancia al fútbol. Incluso había probado un millón de deportes. “Pero era malísimo en todos, herencia de familia”, bromea.

“Mi papá era una persona superquerida”, dice, por su parte, Andrea Guadagnini. Y brinda más detalles: “Siempre con una sonrisa en la cara y haciendo bromas. Super compañero. Era amable y amiguero. Vivía desarmando autos, motores y cosas; fumando todo el tiempo. Hay muchas anécdotas, cosas que hacía con sus compañeros. Cuando me encuentro con otros veteranos, me dicen ‘Sos la cara de tu papá’, y a mí se me llena el pecho de orgullo”.

Andrea lleva con peso ser hija de un héroe de la Fuerza Aérea Argentina. “Tengo que hacerle honor al apellido, y desde pequeña, lo sentí así. Estoy acostumbrada, mi papá me dejó un legado”, comenta Andrea, no sin antes subrayar: “No siento que tenga que perdonar nada. Es más, le agradezco la enseñanza que me dejó en la vida. Fue una secuencia de hechos, no solo cuando cayó. Es lo que dio y dieron todos sus compañeros”.

A CUARENTA AÑOS DE MALVINAS

¿Cómo sienten este aniversario de la guerra? “La gente siempre se muestra respetuosa y agradecida”, asegura Constanza Martella. “Te dicen: ‘Tenés un héroe en la familia’. No sé si hay que estar contento con eso, pero orgulloso, seguro. Pero para nosotros, 40 es lo mismo que 15, 20 o 39 años”, completa. Su hermano, Santiago, coincide.

Al igual que Santiago y Constanza, Andrea insiste en que este aniversario no es especial a la hora de revivir ciertas emociones: “Siento lo mismo todos los días. No importa que sean 10, 15 o 50 años. Sí me gusta que la gente tome conocimiento de cómo fueron los acontecimientos”.

“Hay cuestiones protocolares que no me agradan, porque pierden el sentido subjetivo”, señala José Obregón. “También, me parece que poner relevancia en los 40 años está bien, pero debería haber acciones relacionadas con el reconocimiento de los caídos, de los veteranos y de los familiares que queden para siempre. Hay algo que debe tener trazabilidad y permanencia”, subraya Obregón.

CONSTANZA MARTELLA

Constanza Martella realza el trabajo que su madre hizo con ella y su hermano: “Ella es la verdadera heroína. Es una mujer muy especial, tiene todo lo que necesitamos” 

EL FUTURO

“Malvinas, para mí, es mi papá. Honrarlos y defender la causa tienen la misma repuesta: levantarse, salir a laburar y tratar de salir adelante como familia, para que también salgan adelante la sociedad y el país. Porque eso también pensaba mi viejo”, insiste Santiago.

“Me gustaría que el reconocimiento se mantenga a lo largo de los años y que deje enseñanzas a las siguientes generaciones. Yo me concentro en mi héroe, mi papá. Me gustaría que la sociedad también lo haga, será cuestión de continuar con las charlas en los colegios buscando mantener la memoria viva”, agrega Andrea.

Cuarenta años después, los héroes tienen nietos. Llevan Malvinas en la sangre, y son sus padres y madres quienes les transmiten esa herencia. “Mi hijo es muy chico, calculo que le voy a contar la historia que yo conozco: tiene un abuelo héroe a quien le tocó ir a defender el suelo de la Patria e hizo el sacrificio máximo”, sostiene Constanza.

Por su parte, y orgulloso, José detalla que su hija levanta la mano en clase para hablar sobre su abuelo: “Siempre me pidió que le hablase de él o le mostrase fotos. Eso estuvo bueno”. Finalmente, Santiago, concluye: “Creo que es la a única causa nacional que une a todos, seas de donde seas, o pienses como pienses”.