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martes, 13 de marzo de 2012

LOS EX SOLDADOS SUBIERON EN RÍO GALLEGOS AL VUELO DE LAN QUE PARTE DE CHILE



A 30 años de la guerra, un grupo de 60 veteranos viajó a Malvinas
Su presencia causó conmoción. Los isleños pusieron banderas kelpers e inglesas en sus autos y la policía pidió a los visitantes evitar gestos de "provocación". Por Julián Guarino, enviado especial.

Un grupo de 60 veteranos de Malvinas subieron al vuelo de LAN en Río Gallegos. Regresaron al lugar de batalla 30 años después


Un grupo de 60 veteranos de Malvinas subieron al vuelo de LAN en Río Gallegos. Regresaron al lugar de batalla 30 años después

Un grupo de 60 veteranos de Malvinas subieron al vuelo de LAN en Río Gallegos. Regresaron al lugar de batalla 30 años después

Cuarenta minutos puede resultar poco tiempo para llegar a las Islas Malvinas. Eso es lo que se tarda en atravesar la franja de Mar Argentino que separa Río Gallegos de Mount Pleasant, una base militar que funciona como el aeropuerto de las Islas Malvinas, ubicada a 700 kilómetros de la costa de Santa Cruz, que fue levantada en 1985 en la región llana de la isla Soledad. Son los mismos 40 minutos que, en clave pretérita, allá por 1982, podían significar para un soldado argentino la diferencia entre vivir o morir.

El viaje desde Buenos Aires es más extenso incluso que la distancia que separa Buenos Aires de las islas. Hay que salir de Aeroparque o Ezeiza para Santiago de Chile –el único vuelo que llega a las islas es el de la línea aérea Lan–, pasar la noche en esa ciudad (o en el aeropuerto) para poder tomar el vuelo a la localidad chilena de Punta Arenas que sale a las seis de la mañana y llega a destino 6 horas después, justo a tiempo para hacer el transbordo que lleva directamente a las islas, uno por semana. A ese avión se le suma, una vez al mes, un vuelo que hace una parada ‘extra’ en Río Gallegos, antes de llegar a Mount Pleasant y que regresa por los pasajeros a los 7 días.

El sábado por la tarde, cuando apenas faltaban 40 minutos para llegar a Malvinas había entre los pasajeros algunos isleños y familiares, chilenos que volvían a ocupar sus puestos de trabajo y a los que desde hace un tiempo se le suman peruanos e indonesios que trabajan en la industria pesquera de las islas y algunos geólogos de la British Geological Survey.

Pero en Río Gallegos, unos 60 veteranos de guerra argentinos subieron al avión de Lan. Fue un momento de profunda emotividad, una aguda apelación a la aplastante sucesión de gestiones migratorias, inspecciones de aduana, recomendaciones de seguridad y videos turísticos con música sedativa que muchos habíamos tenido que soportar desde hacía 18 horas. Algunos de los ex combatientes llevaban sus boinas, e incluso lucían orgullosos en sus abrigos la inconfundible silueta de las islas bordadas en el pecho. Otros, en cambio, habían elegido una vestimenta más discreta para llegar a las islas, pero los rosarios de plástico blanco que llevaban colgados del cuello (los mismos que cuelgan de a decenas en las cruces de los soldados argentinos en el cementerio de Darwin) denotaba que la procesión de recuerdos iba por dentro. En las miradas de algunos se adivinaba miedo, en otros orgullo; en muchos, bronca.

Como lo definió Edwin Ríos, uno de los trabajadores peruanos que viajaba en el avión para unirse a la tripulación de un buque calamarero en el Atlántico Sur: ‘Malvinas es una isla triste’.
Llegada a Malvinas

A solo unas semanas de conmemorarse tres décadas del desembarco en Malvinas y cuando los enfrentamientos dialécticos entre el gobierno argentino y británico han exaltado los ánimos en esta humilde población de 2.800 personas (sumados a unos 1.500 militares) que tiene la isla, los gestos de mal humor hacia los argentinos comenzaron a evidenciarse en la llegada al aeropuerto. Algunos veteranos debieron enfrentar un exhaustivo registro de los bolsos y de las pertenencias y en la llegada a Puerto Argentino, algunos isleños no se privaron de colocar en sus automóviles la bandera de la isla junto a la de Gran Bretaña.

Para muchos veteranos argentinos la experiencia de llegar a Puerto Argentino fue la primera imagen del regreso, la oportunidad para desentumecer la adormecida pero incómoda experiencia de la distancia en tiempo y espacio y que, inexorable, remite a la muerte.“No sabía si venir, está todo muy sensible, tenía temor de sufrir maltrato como argentino pero no creo que la aversión a los argentinos en la isla pase a mayores”, dijo Orlando Ruffino un cordobés, ex combatiente del regimiento 25 de Infantería, que peleó en Darwin, una de las batallas mas difíciles y de donde salió con dos heridas de balas cerca de la cintura.

Luego de cruzar el océano, y una vez descendido el avión, la mirada de los veteranos se detuvo en el cartel que sentenciaba ‘Welcome to the Falklands’. Cada uno de ellos, como el resto de los pasajeros, debió atravesar migraciones donde los oficiales se encargaban de sellar los pasaportes. En todos los casos las sensaciones fueron profundas más no confusas.

Con sus 120 kilos de peso y sus 2 metros de altura, Raúl Barrilin, otro cordobés nacido en 1962 bajo las órdenes del ejército, paso los días de la guerra manejando un camión Mercedes Benz por las inmediaciones del aeropuerto que funcionaba en las adyacencias de Puerto Argentino. Su misión era repartir la comida entre los soldados que defendían esa zona. En pleno desenlace, Barrilli señala que debió soportar que descargaran 100.000 kilos de bombas cerca suyo matando a compañeros y provocando heridas de todo tipo. Pese a ello sostiene que nunca dejo de hacer su tarea y que milagrosamente salió con vida. Ayer, mientras recorría los 100 metros que separaban la puerta del avión del mostrador de migraciones en el precario aeropuerto de Mount Pleasant, Barrilli se sincero: “No pensé que me iba a afectar tanto volver, es muy fuerte lo que yo viví acá. Algunos perdieron la vida, otros tuvieron que combatir y salieron vivos. Yo estoy tranquilo con Dios y conmigo”, dijo mientras se le llenaban los ojos de lagrimas.

El sello que colocan en el pasaporte es distinto al resto, a cualquiera que puede llegar de Madrid, Chile o Sudáfrica: ‘Visitor’s Permit, 10 mar 2012, inmigration Falkland Islands’. De puño y letra, el agente de migraciones escribe en tinta negra: ‘One week‘: es el tiempo de la estadía. Casi no revisan las valijas y las sonrisas se las guardan para los lugareños.

Ayer, la noticia de que los 60 veteranos argentinos visitaban la isla provoco una pequeña revolución en la ciudad. Algunos medios locales dieron la información de la llegada de los veteranos y acto seguido un grupo de isleños pensó que era buena idea utilizar sus lujosas Land Rover para evidenciar su resistencia a la presencia de los argentinos utilizando sus banderas de las Falkland Islands y las de Gran Bretaña en el techo de sus camionetas.

Pero el hecho que sorprendió a los recién llegados es que una vez realizado el check in en los dos hoteles mas céntricos que tiene la isla y donde se aloja el grueso de los veteranos, y antes de que pudieran entrar las valijas en las habitaciones, la policía se hizo presente para “dar una charla”, que resulto ser una serie de advertencias donde se recomendaba no realizar ningún acto que pudiera provocar una reacción por parte de los isleños.

Cuando un grupo de veteranos alojados en el Waterstone Hotel pidió el derecho para desplegar la bandera argentina en el cementerio argentino de Darwin, el policía respondió: “Deben asegurarse que cualquier cosa que hagan no genere la reacción de la gente de la isla. Pero mientras sea un acto privado todo está permitido”.

Según pudo reconstruir El Cronista, un viernes por la noche, hace dos semanas, un grupo de veteranos que salía de un pub, desplegó la bandera argentina y comenzó a entonar las estrofas del himno nacional. Esto provoco una pelea a los puños con lugareños. Al ser advertida por los vecinos, intervino finalmente la policía que evito que la pelea llegara a mayores. Desde entonces se mantiene un fuerte control en las calles de Puerto Argentino.

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