Londres no está dispuesto a mantener conversaciones con Argentina sobre la pertenencia territorial de las Islas Malvinas (Falkland) sin tener en cuenta la opinión de los habitantes del archipiélago.
En un tiempo bastante corto no es el primer conflicto de Gran Bretaña por su territorio de ultramar, que dista mucho de ella. Acaba de finalizar su aguda polémica político-geográf ica con España en torno a los derechos sobre Gibraltar, y he aquí que viene otra disputa aguda, esta vez con Argentina por las Malvinas. Tal disputa muy aguda y peligrosa estalló entre Londres y Buenos Aires hace treinta y un años. Entonces yo trabajaba como corresponsal de Radio Moscú en Madrid y era testigo del agudo enfrentamiento diplomático entre los representantes de estados al parecer pacíficos. Me parecía que en aquel período los españoles apoyaban, en forma algo solapada, a la nación latinoamericana, sin embargo el estallido de la guerra por las islas en disputa la obligó a ubicarse en una posición estrictamente neutral. Pues en setenta y cuatro días de enfrentamiento las partes perdieron varios centenares de efectivos entre muertos y heridos.
Cualquier intervención internacional en el conflicto fue inútil. Con más razón porque Londres, al igual que hoy, se atenía a la prueba principal y justa, a su modo de ver: casi toda la población poco numerosa de las islas abogaba por la conservación del estatus de territorio de ultramar de Gran Bretaña. El referendo efectuado en marzo último confirmó esta opinión, de modo que el representante plenipotenciario de Gran Bretaña ante la ONU Mark Grant, al usar la palabra en el Consejo de Seguridad, declaró sin ambages: su país no tiene sentido alguno de mantener conversaciones que contravienen los intereses de la gente, ya que la cuestión de la soberanía no puede discutirse sin tener en cuenta la voluntad de sus habitantes. En esencia, fue una respuesta decisiva de Londres a la reciente intervención de la Presidenta de Argentina Cristina Fernández de Kirchner en el Consejo de Seguridad de la ONU:
–No se trata de una crisis. Nosotros exigimos una sola cosa: que Gran Bretaña se siente con Argentina a la mesa de conversaciones en torno a las Islas Malvinas, como llaman a ello las numerosas resoluciones de la ONU, en las que se dice de la observancia de las leyes internacionales.
De manera que el deseo de la presidenta argentina de dialogar con Gran Bretaña no toma en consideración la opinión de la tercera parte, la insular, que debe participar en los debates. No se puede ignorar la opinión ni siquiera de la población poco numerosa de las islas al discutir el estatus de las mismas. A este punto de vista se atenía consecuentemente el ex jefe de Estado argentino Néstor Carlos Kirchner, lo que declaró decididamente hace cinco años en Buenos Aires, en conferencia de prensa para los periodistas rusos. Y aclaró que el archipiélago que consta de dos islas grandes y doscientas pequeñas del Atlántico occidental (500 kms de Argentina y 12 mil kms de Gran Bretaña) es prácticamente la puerta a la Antártida, lo que permite controlar el espacio oceánico muy rico en recursos naturales.
La respuesta de Londres al tema en discusión sigue sin variar: tales discusiones no es cosa de los gobiernos de ambos países, puesto que no se debe ignorar la opinión del pueblo. Y hoy Gran Bretaña no se propone discutir el problema de las islas disputadas por Argentina sin la participación de la población del archipiélago. Antes y ahora en la discusión de este problema los británicos declaran que no se puede mantener una sola discusión mientras no lo deseen los isleños.
A juzgar por todo, incluso pasados muchos años, el problema del archipiélago sigue pendiente. Es más, las posesiones territoriales seguirán complicando las relaciones entre Gran Bretaña y Argentina, entre sus aliados europeos y latinoamericanos.
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