martes, 29 de abril de 2014

No te olvides te invitamos a la Ceremonia el día 2 de Mayo en Ingeniero White


Aniversario del Crucero ARA General Belgrano

2014 en Ingeniero White, Buenos Aires, Argentina

A través del mismo se invita a la comunidad de la ciudad a participar de la ceremonia central en HONOR A LOS BUQUES Y TRIPULANTES DE LA GUERRA DE MALVINAS, que tendrá lugar el mismo viernes 2 de mayo a las 16Hs, en la plaza “Héroes de Malvinas” del Puerto de Ingeniero White, sobre calle Vélez Sarsfield.

Sin otro particular, agradeciendo vuestra deferencia y constante apoyo de esa Comunidad a nuestras actividades, saludamos a usted atentamente.

sábado, 19 de abril de 2014

Ex Combatientes de Malvinas disertaron en un Colegio de Rincón de Milberg




Se trata del Colegio Nuestras Raíces, donde los Héroes de Malvinas brindaron una emotiva charla de más de dos horas reviviendo sus experiencias en las Islas, el antes y después de la guerra, haciendo hincapié en el aspecto humano de lo que se vivió en la Gesta de Malvinas











Esta actividad se desarrolla desde el Honorable Concejo Deliberante y contó con la presencia de los Concejales Roberto López, Marcelo Marina y el delegado Patricio Balbuena.

Alrededor de 120 alumnos del Colegio Nuestras Raíces presenciaron la charla que ofrecieron los ex combatientes Juan Cantini, Patricio Louzao, Julio César Rodríguez y Walter Pintos despojados de rencores y resentimientos. Además, se exhibió un video con información del conflicto bélico, acompañado de fotos y documentos personales de los ex combatientes.

Los temas que más impacto produjeron en los presentes fueron: la alimentación recibida por los soldados argentinos, su vestimenta, las donaciones, el trato que recibieron por parte de los Kelpers, la relación con los jefes militares, el armamento, la rendición, el encuentro con los Ingleses, su regreso a la Argentina, su vuelta a Malvinas en 2011.

Al finalizar la charla el concejal Roberto López destacó y agradeció la predisposición de la institución al recibir a los ex combatientes para contar sus experiencias de guerra, y también al diputado Sergio Massa por darle el espacio que los veteranos hoy tienen en Tigre, que actualmente hoy es llevado adelante por la conducción del Intendente julio Zamora.
Cabe destacar, como ya es tradición en el Municipio, el 2 de abril se realizó junto a los Veteranos, vecinos y autoridades la emotiva vigilia en homenaje a los caídos en Malvinas en la Plaza Ciudad de Talar, de la Ruta 197 entre Chile y Pasteur.

Estuvieron presentes: La Directora de la primaria, Cora Blasco, y la Directora del Secundario, Alejandra Chamorro.

(InfoBAN) Publicada

jueves, 17 de abril de 2014

Cuatro veteranos de guerra de Lanús viajarán a las Islas Malvinas


El intendente Darío Díaz Pérez, encabezó el acto realizado en el salón Auditorio del Palacio municipal en el que se sortearon los viajes para ex combatientes empadronados en el distrito.











Luego del minuto de silencio en honor a los 649 caídos en la Guerra de Malvinas, de la entonación del Himno Nacional Argentino y de la proyección de un video realizado por los veteranos que realizaron su viaje a las islas, el intendente de Lanús, Darío Díaz Pérez, junto al Escribano Público Nacional Pablo Menutti y dos ex combatientes designados como veedores, realizaron el sorteo utilizando un bolillero con los números previamente asignados a los 40 veteranos presentes. Haber asistido al acto, tanto como figurar en el padrón de 225 veteranos registrados en el distrito, fueron los requisitos indispensables para participar de un nuevo sorteo en el que resultaron favorecidos los ex combatientes Roberto Batistoni, Carlos Arzuaga, Néstor Álvarez y Gustavo Andrada.






Se sortearon también cuatro suplentes, quienes en orden del 1º al 4º suplantarán a los beneficiados que por algún motivo no puedan viajar. Finalizado el sorteo, el presidente delCentro de Veteranos de Guerra de Malvinas de Lanús, Alfredo Ávalos, expresó: "Este es un sueño para todos los que combatimos en Malvinas y también para los familiares de los soldados de Lanús caídos en combate quienes podrán rendir homenaje a su ser querido. Quiero agradecer al Intendente Darío Díaz Pérez por su permanente apoyo y por haber hecho posible este sueño, transformándolo en una realidad maravillosa y nos compromete a nosotros a redoblar nuestro esfuerzo para seguir imponiendo la causa Malvinas en nuestro distrito del cual me siento orgulloso de pertenecer".


Como cierre del emotivo encuentro el intendente Díaz Pérez señaló: "Estas son deudas que la sociedad tiene con quienes entregaron todo, hasta su vida, defendiendo nuestra patria en el Atlántico Sur. Y nosotros cumplimos con el compromiso asumido junto a todas las agrupaciones de ex combatientes".


"Quiero aprovechar la oportunidad para expresarles que la diputada provincial Karina Nazabal está gestionando un subsidio para que pronto vean realizado el sueño del museo de los ex combatientes y además decirles que desde el partido Justicialista local vamos a colaborar económicamente para que puedan contar cuanto antes con la carpa itinerante que mostrará la gesta de Malvinas de las cuales ustedes fueron protagonistas", agregó.






"Además por cumplirse 70 años de la creación del partido de Lanús queremos anunciarles que sortearemos próximamente dos pasajes más para los familiares de los soldados caídos en el conflicto, por eso aprovecho la oportunidad para felicitarlos y alentarlos para que sigan trabajando como lo vienen haciendo. Viva Malvinas!", finalizó el intendente.

Asistieron junto a los mencionados, el presidente del Concejo Deliberante, Héctor Bonfiglio; concejales, consejeros escolares, funcionarios del Ejecutivo Comunal y fundamentalmente, familiares de los ex combatientes en nuestras Islas Malvinas, entre otros.

viernes, 11 de abril de 2014

La silenciada proeza del cabo Baruzzo-La Cruz al Heróico Valor en Combate






Lea esta historia no contada, desconocida.
19 de febrero de 2011

La silenciada proeza del CABO BARUZZO
por NICOLAS KASANZEW


De todos los suboficiales de Ejército que estuvieron en Malvinas, solo dos recibieron la máxima distinción a que puede aspirar un hombre de armas argentino: la Cruz al Heróico Valor en Combate.
Uno, el sargento primero Mateo Sbert, muerto en el combate de Top Malo House.
El otro el Cabo R. BARUZZO? DEL Regimiento de Infanteria 12 ?


El jefe de su sección, capitán José Vercesi, se ha encargado de que su historia se haya publicado en la revista “Soldados” y en general tuviera cierta divulgación. (Aunque, claro, muy por debajo de la que amerita a nivel nacional).

El otro, sigue siendo un perfecto desconocido, aún para muchos estudiosos del tema Malvinas.

El otro, sigue siendo un perfecto desconocido, aún para muchos estudiosos del tema Malvinas. Si uno quiere averiguar porqué le fue conferido tan alto galardón, no se va a enterar ni googleándolo. Se trata del cabo Roberto Baruzzo del Regimiento 12 de Infantería de Mercedes. Y vaya si su historia, de ribetes cinematográficos, vale la pena ser contada!

Tuve el honor de conocer a Baruzzo, oriundo del pueblo de Riachuelo, Corrientes, en el 2009, cuando el Centro de Ex-Combatientes de esa provincia me invitó a dar allí una charla. Descubrí a un hombre de rostro aniñado, sin ínfula alguna, de perfil muy bajo, puro y transparente hasta rayar en la ingenuidad.

Su unidad había sido ubicada primero en el Monte Kent, para después ser enviada a Darwin. Pero una sección compuesta mayormente de personal de cuadros, con Baruzzo incluido, se quedó en la zona, al mando del teniente primero Gorriti.

En los dias previos al ataque contra Monte Longdon, los bombardeos ingleses sobre esa área se habian intensificado. El mismo Baruzzo fue herido en la mano por una esquirla. En una de las noches, el cabo oyó gritos desgarradores. A pesar del cañoneo, salió de su pozo de zorro y encontró a un soldado con la pierna destrozada por el fuego naval enemigo. Sin titubear, dejó su fusil y cargó al herido hasta el puesto de enfermería, tratando de evitar que se desangrara.

Lo peor aún estaba por venir.

En la noche del 10 al 11 de junio, estuve observando desde Puerto Argentino el espectáculo fantasmagórico que ofrecía la ofensiva británica. En medio de un estruendo ensordecedor, los montes aledaños eran cruzados por una miríada de proyectiles trazantes e intermitentemente iluminados por bengalas. Se me estremecía el alma de imaginar que allí, en esos momentos, estaban matando y muriendo muchos bravos soldados argentinos.

Allí, en medio del fragor, la secciòn de Baruzzo ya se había replegado hacia el Monte Harriet, sobre el cual los ingleses estaban realizando una acción envolvente. Varios grupos de soldados del 12 y del Regimiento 4 quedaron aislados. El teniente primero Jorge Echeverria, un oficial de Inteligencia de esta última unidad, los agrupa y encabeza la resistencia, Baruzzo se suma a ellos y ve a al oficial parapetado detras de una roca, disparando su FAL.

Baruzzo despoja a uno de los caidos británicos de su visor nocturno. “Ahora la diferencia en recursos ya no será tan despareja”, piensa. Con el visor va ubicando las cabezas de los ingleses que asoman detras de las rocas, y tanto Baruzzo, como su jefe afinan la puntería. Los soldados de Su Majestad, por su parte, los rocían de plomo e insultos.

Las trazantes pegan a centimetros del cuerpo del oficial, hasta que finalmente este es herido en la pierna y cae en un claro, ya fuera de la protección de la roca. Cuando Baruzzo se le quiere acercar, un inglés surge de la oscuridad y le tira al cabo. Yerra el primer disparo, aunque la bala pega muy cerca, pero antes de que pueda efectuar el segundo, Echeverria, disparando desde el suelo, lo abate. Otro inglés le tira a Echeverria, pero Baruzzo lo mata de un certero disparo. Cerca de ellos, el conscripto Gorosito pelea como un león. Los adversarios están a apenas siete u ocho metros uno del otro y sólo pueden verse las siluetas en los breves momentos en que alguna bengala ilumina la zona.

Echeverria está sangrando profusamente: tiene tres balazos en la pierna. El joven cabo – de apenas 22 años – con el cordón de la chaquetilla del oficial, le hace un torniquete en el muslo. La pierna de Echeverria parece teñida de negro y tambien luce negra la nieve a su alrededor. El teniente primero dice empero que no siente nada, solo frío. Baruzzo trata de moverlo. Echeverria se levanta y empiezan a caminar por un desfiladero, mientras a su alrededor siguen impactando las trazantes. De repente, de atrás de un peñasco, entre la neblina y las bengalas, surge la silueta de un inglés, quien dispara, y le da de lleno a Echeverria. Baruzzo contesta el fuego y el atacante se desploma muerto.

Esta vez Echeverria había sido herido en el hombro y el brazo: una sola bala le causo dos orificios de entrada y dos de salida. EL teniente primero cae boca abajo y Baruzzo ve que le está brotando sangre por el cuello. “Se me está desangrando!”, se desespera el cabo.

Aún hoy, el suboficial no puede hablar de su jefe sin emocionarse:

“El es uno de mis más grandes orgullos. Un hombre de un coraje impresionante. Allí, con cinco heridas de bala, estaba íntegro, tenía una tranquilidad increible, una gran paz. Con total naturalidad, me ordenó que yo me retirara, que lo dejara morir allí, que salvara mi vida. Me eché a llorar. Como iba a hacer eso? Yo no soy de abandonar! Y encima a este hombre, que era mi ejemplo de valentía! Tenía conmigo intacta la petaquita de whisky que la superioridad nos había dado junto a un cigarillo; es que yo no bebo ni fumo. Y le di de tomar. “Eso si que está bueno¨, me comentó. En cierto momento, no me hablaba más, había perdido el conocimiento. La forma en que sangraba, era una guarangada.

 Lo cubrí, lo agarré de la chaquetilla y empecé a arrastrarlo”,
Súbitamente, Baruzzo se vió rodeado por una sección de Royal Marines del Batallón 42. Sin amilanarse, desenvainó su cuchillo de combate, pero uno de los ingleses con el caño de su fusil le pegó un ligero golpe en la mano, como señalandole que ya todo había terminado. Baruzzo, cubierto de pies a cabeza con la sangre de Echeverria, dejó caer el arma, Y el mismo soldado enemigo lo abrazó con fuerza, fraternalmente. “Eran unos señores”, me comenta el cabo.

Al amanecer, al ver que no tenía heridas graves, sus captores le ordenaron que, con otros argentinos, se dedicara a recoger heridos y muertos. “Yo personalmente junté 5 ó 6 cadaveres enemigos”, me cuenta Baruzzo. “Pero en internet los ingleses dicen que en ese combate sólo tuvieron una baja!”
Echeverria fue helitransportado por los británicos al buque hospital “Uganda”, sobrevivió, recibió del Ejército Argentino la medalla al Valor en Combate y hoy vive con su mujer y dos hijas en Tucumán (la menor tenía dos añitos en el 82).

Baruzzo tambien tiene dos hijas, a las que bautizó Malvina Soledad y Mariana Noemí, y vive en su Corrientes natal. En su pago chico ha tenido un par de halagos que merecía: hay una calle con su nombre y hasta le fue erigido un busto en vida. Pero aún así, nadie repara en su existencia, ni conoce su proeza.

Poco después de la guerra, el 15 de noviembre del 82, Baruzzo recibió una carta del teniente primero, donde este le agradece su “resolución generosa y desinteresada, su sentido del deber hasta el final, cuando otros pensaron en su seguridad personal. Toda esa valentía de los “changos”, son suficiente motivo para encontrar a Dios y agradecerle esos últimos momentos. Pero, así Él lo decidió, guardándome esta vida que Usted supo alentar con sus auxilios”.

El oficial le cuenta que lo ha propuesto para la máxima condecoración al valor y le manifiesta su “alegría de haber encontrado un joven suboficial que definió el carácter y el temple de aquellos que forman Nuestro Glorioso Ejercito, y de los cuales tanto necesitamos”.

Personalmente, Baruzzo volvió a encontrarse con Echeverria recién 24 años después de aquella terrible noche. Ambos lloraron, el oficial le mostró sus heridas, dijo que el cabo había sido su ángel de la guardia, y le regaló una plaquetita, con la inscripción: “Estos últimos 24 años de mi vida testimonian tu valentía”. También le contó que en el buque-hospital los médicos británicos dejaron que le siguiera manando sangre un buen rato, para que así se lavara el f'ósforo de las balas trazantes.

“You have very good soldiers” (“Usted tiene muy buenos soldados”), le espetaron los militares ingleses al ensangrentado teniente primero.
Un reconocimiento que la sociedad argentina, en pleno, aún le debe a Echeverria, a Baruzzo, a Gorosito, a Pinzos y a tantos otros callados y acallados héroes de Malvinas.

HEROES QUE DEBEMOS CONOCER
LUIS CORRADI

lunes, 7 de abril de 2014

Las mujeres de Malvinas



COLUMNISTAS


El columnista Hugo José Monasterio decidió darle una pausa a los análisis económicos y brindarle un reconocimiento a todas las mujeres que cumplieron un rol importante en la guerra del 82.

Hoy quiero postergar a las estadísticas, a la economía y a sus secuelas sociales. Decidí llamarme a silencio sobre esas cuestiones para recordar a quienes, habiendo estado involucradas en la guerra de Malvinas, permanecieron olvidadas por décadas.

Siempre fue relativamente poco lo que se conoce y trascendió sobre las historias personales de quienes combatieron en las islas. Pero mucho menos aún es lo que se sabe sobre aquellas mujeres que, estando ahí mismo (el lugar más “caliente”) o desde otros sitios, participaron también en la contienda.

En efecto, revisando viejos archivos de “Gaceta Marinera” encontré que, tras el desembarco del 2 de abril, 21 mujeres fueron convocadas por las Fuerzas Armadas para prestar servicios en sus respectivas especialidades: comisarias de a bordo y operadoras de ELMA (Líneas Marítimas Argentinas), enfermeras e instrumentistas quirúrgicas del Hospital Militar Central y del Hospital de Campo de Mayo, radio-operadoras del Comando de Transportes Navales de la Armada y jovencísimas cadetas de la Escuela Nacional de Náutica.

Algunas de ellas fueron valiosas colaboradoras en la tarea de detectar y seguir, a través de viejas pantallas de radar, a las naves británicas que habían partido de la isla Ascensión y se aproximaban al Atlántico Sur. Lo hicieron sin escatimar energías ni horas de descanso, instaladas en buques mercantes que penetraron al océano tratando de anticipar los movimientos de la flota enemiga.

Otras prestaron servicios en barcos que, desde las bases de Puerto Belgrano y Punta Indio, o desde Comodoro Rivadavia y Río Gallegos, transportaron cañones, armas de menor calibre, municiones, carpas, alimentos, instrumental médico, tubos de oxígeno, camillas, medicamentos y demás pertrechos de campaña hasta Malvinas.

Y un tercer grupo fue parte fundamental del equipo médico que se desempeñó en el “Almirante Irízar”, que abandonó su habitual función de rompehielos para convertirse en buque hospital.

Días atrás las periodistas Alejandra Soifer y Josefina Avale, de FM Sur 88.3 (una radio comunitaria que transmite desde Parque Patricios, en Capital Federal) consiguieron contactar a dos de esas mujeres y, gracias a su tenaz búsqueda, conocemos hoy algunos datos más sobre las tan difíciles circunstancias que vivieron durante el conflicto.

II

Alicia, Gladys, María, Gisella y Stella Maris


Al momento de iniciarse la guerra de Malvinas, Alicia Reynoso tenía 23 años y era enfermera profesional, incorporada a la Fuerza Aérea. Recuerda que cuando fue convocada al Hospital Central, creyó que era para participar en un vuelo sanitario, similar a tantos otros que ya había realizado. Sin embargo, una vez allí le notificaron que debía partir de inmediato a la guerra. Tan tajante fue la orden que sólo le quedó tiempo para escribir una carta informando a la familia sobre el inesperado destino que le aguardaba, y tuvo que dejarla a una auxiliar de maestranza para que la hiciera llegar a sus padres.

En la madrugada del 3 de abril fue trasladada a la Base Aérea de El Palomar, donde la recibieron órdenes a viva voz, desplazamientos de conscriptos, acopio de armas y gritos saludando a la Patria.

En poco tiempo más ella, Gladys Maluendez, María Masitto Anán, Gisella Bassler y Stella Maris Morales subieron a un avión atestado de soldados. Antes tuvieron que ponerse uniformes de fajina, que al estar diseñados para hombres, les resultaban demasiado grandes y pesados.

Cuando, semanas después, les dijeron que la guerra había terminado con una derrota, sintieron tal tristeza y desazón que aún no puede olvidarlo. Y así como de noche partieron al sur, también de noche fueron regresadas al continente.

Sin embargo, las angustias no terminaron allí. El resultado de aquella aventura bélica provocó en el país enormes convulsiones, generándose una creciente indignación hacia el régimen militar. Desde todos los sectores de la sociedad civil surgieron reclamos para que las Fuerzas Armadas convocaran a elecciones y abandonen el poder. Y entre tanta turbulencia, nadie se ocupó de brindarles contención ni recibieron siquiera una mínima asistencia sicológica.

Incluso, el grado de desaprensión por su situación anímica fue tal que, apenas arribada, Alicia debió viajar a la Escuela de Aviación Militar en Córdoba para iniciar un curso destinado a oficiales, sin otorgarle licencia ni permitirle ver a su familia.

A lo traumático que, sin dudas, es vivir la extrema experiencia de una guerra se agregaba la impotencia de verse sometida al abandono y olvido del Estado. Durante años calló por completo toda referencia a esos días. Y hoy sus hijas y nietos apenas conocen unos pocos detalles sobre el horror y las muertes a los que debió sobreponerse.



Silvia, Susana, María Marta, Norma, Cecilia y Angélica

Silvia Barrera, Susana Maza, María Marta Lemme, Norma Navarro, María Cecilia Ricchieri y María Angélica Sendes tuvieron un invalorable gesto en común: ninguna de ellas dudó en aceptar cuando el 9 de junio de 1982 el Director del Hospital Central solicitó instrumentistas quirúrgicas y enfermeras. Lo hicieron sabiendo que les iba a tocar el peor de los destinos posibles: el Hospital Militar Malvinas, en Puerto Argentino.

Pero como el desenlace de la guerra ya se precipitaba, fueron enviadas al rompehielos “Almirante Irízar”, donde asistieron a decenas de heridos en combate. Allí se dividieron por áreas: María Marta prestó servicios en Cirugía General, Susana en Cirugía Cardiovascular, Norma y Cecilia en Traumatología, María Angélica en Oftalmología y Silvia en Terapia Intensiva.

Diariamente les llegaban soldados que habían sido alcanzados por la continua metralla de los aviones ingleses. Ellas tuvieron que “ensamblar” cuerpos destrozados, suturar heridas y, sobre todo, contener a jóvenes que sufrían dolores muy intensos o lloraban por el terror sufrido, sin tener ellas mismas en quién desahogar sus propios miedos.

En algunas jornadas las ráfagas de viento que llegaban desde el Sur superaban los 100 kilómetros por hora, sacudiendo fuertemente al buque. Entonces era imprescindible que, durante las operaciones quirúrgicas, cirujanos y enfermeras se ataran a las camillas fijadas al piso del quirófano. De lo contrario, sería inevitable perder el equilibrio.

Al día de la fecha Silvia continúa trabajando en el Hospital Central. En la entrevista que le hicieron Alejandra Soifer y Josefina Avale comentó que sus hijos mayores conocen “demasiado poco” sobre la guerra, ya que crecieron durante una época en la que este hito histórico prácticamente no era abordado en los colegios; pero agregó que, en contraste, las escuelas adonde asisten sus hijas menores han incluido de manera destacada en sus planes de estudio a esta eterna causa nacional.

III

Las anónimas

Las diez mujeres restantes (comisarias de a bordo, radio-operadoras y cadetas auxiliares) permanecen en el anonimato. Sus nombres son desconocidos por haberse extraviado o desaparecido cientos de legajos en el Ministerio de Defensa. Seguramente se han retirado ya de sus ocupaciones laborales (aunque quizá alguna continúe en actividad); y tal vez haya quien ya no se encuentre viva.

Lo lamentable es que, salvo que de modo fortuito o por alguna “mágica” decisión reaparezcan esos documentos, nunca podremos rendirles el homenaje que merecen.

IV

Tardíos reconocimientos

En febrero de 1987 Raúl Alfonsín, entonces presidente de la Nación, pidió los antecedentes de estas mujeres a su Ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, con la intención de requerir al Congreso el otorgamiento de pensiones honorarias. Jaunarena solicitó esos nombres a funcionarios de su cartera, pero pocos días después -en Semana Santa- se produjo la primera rebelión “carapintada” (a la que siguieron dos más en 1988). Y las fuertes tensiones desencadenadas entre el gobierno y un sector de oficiales de las Fuerzas Armadas (algunos de los cuales habían estado en Malvinas) hicieron caer el ímpetu de esta iniciativa, que debió postergarse frente al apremiante contexto que se vivía, hasta que quedó definitivamente sepultada cuando asumió Carlos Menem.

Tuvieron que pasar 26 años desde aquel intento de Alfonsín y 31 desde la finalización de la guerra para que el Estado homenajee de alguna manera aquellos nobles esfuerzos: en marzo del 2013 el Ministerio de Defensa entregó diplomas de honor al equipo que integraba Alicia Ferreyra. Poco después las enfermeras que comandaba Silvia Barrera recibieron un reconocimiento (demasiado simple para todos sus sacrificios) de la Legislatura Porteña.

Sin dudas, tienen muchas –demasiadas- historias que contar. Y ya es todo un avance que hayan empezado a romper su silencio. Ojalá algún día sepamos darles ese digno lugar que, por mérito propio, les corresponde en nuestra historia reciente: el de auténticas veteranas de guerra.-

Exocet Falklands describe plan para invadir Argentina y atacar la base aérea de Río Grande.


por Cristina Cifuentes




Soldados argentinos marchan en las Islas Malvinas


“Tu misión es identificar la ubicación del avión enemigo y si es posible destruirlo”. Esas fueron las instrucciones que recibió el capitán Lawrence de parte de su superior, el director del Servicio Aéreo Especial (SAS), el brigadier Peter de la Billiere. Cuatro días después Lawrence (quien colaboró para el libro, pero pidió que se usara un nombre ficticio) se encontraba con su equipo ejecutando la misión.

Justo cuando se cumplieron 32 años del inicio de la Guerra de las Malvinas (2 de abril-14 de junio de 1982) el coronel en retiro británico Ewen Southby-Tailyour relató por primera vez en un libro el fallido intento de un grupo del SAS, fuerzas de elite británicas, para invadir Argentina y atacar una base aérea.

Exocet Falklands es el nombre del libro que será lanzado el próximo 17 de abril y cuyos extractos fueron publicados por el diario The Daily Mail. En él se relata la operación Plum Duff, que tenía como fin llegar a la base aérea de Río Grande para atacar a los cazabombarderos Super Etendard y su carga de misiles Exocet, que ya habían destruido al buque británico HMS Sheffield y amenazaban a toda la Task Force en las islas.

Southby-Tailyour calificó la misión como “suicida”, debido a que eran ocho los soldados que participaban en ella, un número elevado para una operación clandestina. Además, describe los problemas climáticos y de terreno que el grupo enfrentó desde el primer momento, lo que se sumó a que sólo tenían provisiones para cuatro días.

“Plum Duff era una hazaña, que se hizo aún mayor por la falta de inteligencia y de mapas coherentes. Estaba claro que se les había pedido que llevaran adelante un asalto a lo desconocido”, señala el libro, que destaca que la posición de Río Grande les era desconocida.

Southby-Tailyour dice que ninguno estaba equipado con instrumentos para tener visión de noche y que los explosivos habían impedido que llevaran la ropa adecuada y alimentos. Sin embargo, la principal preocupación del capitán eran los mapas con los que contaban: “Uno era una hoja frágil que parecía haber sido retirada de un atlas escolar. El segundo era la edición de un mapa estampado de biblioteca de 1943. En ninguno aparecía la base aérea”. Por este motivo Lawrence llamó por teléfono para abortar, pero le ordenaron que continuara.

VIAJE EN HELICOPTERO

El 15 de mayo, el equipo volaría a la Isla Ascensión, en el Atlántico Sur. Desde allí serían llevados en un avión de transporte C-130 Hércules de la Fuerza Aérea Real a las aguas de las Malvinas. Luego, tras caer en paracaídas, la Royal Navy los recogió desde el Océano. Por último, viajarían a su misión. Sin embargo, por temor a que fueran rastreados por los argentinos se dirigieron hacia Chile (descrito como país amigable en privado y como neutral en público), donde aterrizaron en un helicóptero a 26 kilómetros de la frontera. La versión contada en 1982 por los británicos señalaba que el helicóptero se había caído accidentalmente tras un problema de navegación y que ellos se habían entregado a los Carabineros.

Aún lejos del objetivo, la caída de aguanieve y la falta de comida provocaron que Lawrence se comunicara con sus superiores. Un grupo de soldados iría a la cita de emergencia. Al caer la tarde el 22 de mayo, la tropa creía que había llegado al lugar pactado. Esperaron tres días, pero la ayuda nunca llegó.

Lawrence y otro soldado se dirigieron a la ciudad más cercana. Era Porvenir, capital de Tierra del Fuego chilena. Ahí consiguieron, según la nota, comunicarse con el cónsul británico en Santiago. “Tengo todos estos chicos en el campo sin comida”, dijo. La respuesta fue negativa.

Esa noche, caminando por Porvenir, Lawrence se encontró con los hombres que debían rescatarlos. Así, el 30 de mayo, los ocho hombres, ahora vestidos de civil, viajaron a Santiago. El 8 de junio se les ordenó regresar a sus hogares.

Relato del ex combatiente Germán Estrada


“Sentía vergüenza de haber estado en Malvinas”
El ex combatiente relata sus años de silencio y lo difícil que fue reconstruir su vida. El dolor que sintió cuando regresó de la guerra y descubrió que no era tratado como un héroe. Los fantasmas que todavía lo atormentan. El libro que escribió sobre sus difíciles días en las islas.





Celeste y blanco. Germán Estrada muestra la medalla que le entregaron tras la guerra de 1982. “Fuimos con la bandera en la mano. No fuimos por la plata”, cuenta. | Foto: Enrique Manuel Abbate

Después de haber vuelto de Malvinas, por más de veinte años Germán Estrada no pudo hablar de aquella experiencia que marcó su vida.
—Sí, durante 24 años me fue imposible –hay una larga pausa en el relato de este hombre joven, de ojos claros–. Pasé por varias etapas–recuerda–; primero me escondí, y recién cuando empecé a hablar me sentí más consciente. Pero, te reitero, en un principio fue como que me escondí durante un tiempo largo. Sentía vergüenza de haber estado en Malvinas, intentaba taparla... incluso en conversaciones con Esteban Pino y Juan Casanegra, que son íntimos amigos míos y compartieron batallas y largas noches, llegamos a preguntarnos: “Pero ¿estuvimos realmente en Malvinas?”. Como si dudáramos de que habíamos vivido todo eso. Después, con el tiempo, yo me preguntaba: “¿Esto será como un chico que fue violado o abusado?” Un chico que se acuerda y advierte, treinta años después, cómo ocurrió aquello. Y en este caso fue así. Durante muchos años fui a hablar con una psicóloga y ella me decía que el duelo por la muerte de un padre suelen ser dos años; una separación matrimonial, dos o tres, pero que el duelo de una guerra son veinte años. Y yo lo puedo confirmar, porque esto no sólo me ocurrió a mí sino que luego de ese tiempo comenzaron a aparecer imágenes y testimonios por televisión. Es el duelo interno lo que nos costó superar.
—¿Fue entonces que, con Esteban Pino, decidieron escribir “Contar Malvinas”, un libro con el que de alguna manera pudieron liberar sus sentimientos?
—Sí, habían pasado 24 años. Esteban siempre me decía: “¿Cuándo vamos a hablar?”, y yo le contestaba, “¿vos tenés ganas de hablar? ¿No? Bueno, yo tampoco”. Lo íbamos dejando para “algún día”. Finalmente, una noche, no sé bien por qué le propuse “¿por qué no lo escribimos?”.
Germán se detiene. Tiene los ojos empañados. Y tanto el colega fotógrafo como yo también. Luego, Germán retoma:
—Decidimos hablar con el psiquiatra Jesús López, que también es escritor. Con su intervención, en casi dos años pudimos escribir nuestro libro. Fue como un vómito... un vómito violento y, por otro lado, quitarnos de encima una mochila enorme. Fijate que recién ahí mi familia (mi madre y mis hermanos, con los que somos muy unidos y nos vemos constantemente) se enteró de lo que pasó en Malvinas. Ellos realmente no lo sabían, pero tampoco se animaban a preguntar. Y me he quedado corto con el tiempo... habían pasado 27 años. Recién dos años más tarde de la aparición de nuestro libro llevamos a nuestras madres y algún hermano al consultorio de Jesús López.
—¿Cuál era entonces la idea de ustedes?
—Bueno, que Jesús les hiciera un cuestionario donde quedaran reflejadas las preguntas que ellos querían hacernos y no se atrevían a formular. Allí me enteré de que nuestras madres y nuestros hermanos no preguntaban nada porque estaban tan felices de que hubiéramos podido volver... –y aquí nuevamente se entrecorta el relato–. Disculpame.
—Cuesta imaginar la sensación certera de que te vas a morir.
—Ellos estaban tan felices, pero en mi mirada veían a otra persona. No al mismo hijo que había ido a las islas. Ochenta días después, cuando volví a casa, ellos vieron a otra persona... una persona que los cohibía para preguntar. Y recién allí, tanto tiempo después, me enteré de que les ocurría esto. Bueno, son estas cosas que llevan una cicatriz sobre la herida... un golpe fuerte, ¿no?
—Casi no me atrevo a decirte, Germán, que no encontramos las palabras para definir lo que debe significar sentir que la muerte no va a ser de otro sino tuya, que muy probablemente te ocurra a vos. ¿Cómo se soporta esto?
—¿Esto? Bueno, mirá, pasa por distintos estados: por ejemplo, estar paralizado (he llegado a quedarme parado, sin poder moverme, en medio de situaciones muy peligrosas en vez de protegerme). Veía absolutamente todo pero no escuchaba nada. Entendía perfectamente lo que estaba pasando pero no podía dar un paso. Pasé por esta experiencia. También por vomitar constantemente. Sin embargo, a medida que iban ocurriendo estas situaciones uno se iba acostumbrando. Lo he visto también en los veteranos de guerra que, sin embargo, buscan ese temor tan grande en algún otro lado.
—¿Cómo es eso?
—Te puedo dar mi propio ejemplo: después de Malvinas efectué no menos de 700 saltos en paracaídas. Son 700: registrados, anotados. Y esto ocurrió durante diez años. Otros buscan estas sensaciones en el alcohol o en las drogas, pero hay un registro de la adrenalina que queda en el cuerpo y es muy fuerte. Tan es así que, cuando volvemos a la vida normal y cotidiana, donde tenés todo: la frazada, la comida, la protección, empezás a preguntarte ¿pero aquí falta algo? Y yo necesito ese algo. Te aclaro que éste es un pensamiento mío.
—Pero, por lo que expresás, es como si dijeras: “Salto 700 veces en paracaídas pero a mí no me va a pasar nada”. ¿Es así? ¿Es un desafío? ¿Una afirmación?
—Sí, sí... es la adrenalina de estar en las alturas, el desafío de decirse “ahora estoy controlando mi vida”, y también, aunque sea por los segundos que dura una caída libre, tu mente no piensa más en nada... tu mente se detiene... una especie de meditación rústica y violenta, pero aquéllos eran los momentos en los cuales yo realmente descansaba y me sentía tranquilo.
—Quizás más tranquilo porque habías logrado superar la impresionante experiencia que debe significar saltar al vacío, ¿no?
—Sí. Esa primera experiencia positiva me costó 13 saltos. Los primeros. Y fue terrible. Pero cuando lo superé, realmente descansé.
—Cuando te escucho pienso en la gran estafa que significa aprovecharse del entusiasmo de un joven de 19 años... Porque ustedes fueron a Malvinas con un gran entusiasmo.
—En efecto, y sobre este punto me gusta subrayar que todos tenemos ideales y el ideal de un joven es tan fuerte que puede llegar a extremos nunca imaginados. Yo siempre recuerdo que en Malvinas estuvieron los gurkhas, hombres recontraprofesionales, mercenarios y terribles luchadores; los ingleses, superprofesionales, y nosotros, que fuimos con la bandera en la mano. No fuimos ni por la plata ni por la gloria. En aquel momento nosotros fuimos a defender la patria y creíamos en eso. Yo era soldado, estaba haciendo la conscripción... Siempre recuerdo una radio clandestina que escuchábamos en Malvinas y en la que una voz de mujer, con tonada chilena, muy sensual, nos explicaba que si firmábamos un papel en el que decíamos que no queríamos estar allí como soldados sin ser profesionales, en un lugar tan lejano y se lo mostrábamos a nuestro oficial, podían automáticamente embarcarnos para volver al país. Iba a pasar un avión para lanzarnos esos formularios a una determinada hora de un determinado día. Yo te puedo asegurar que el 80% de los que estábamos allí, todos soldados, los reputeábamos y jurábamos que jamás íbamos a firmar ese formulario. Ninguno expresó el deseo de firmar y volver a casa. Esto no quiere decir que éramos valientes. Lo que yo me planteaba era que nosotros estábamos allí por la bandera.
Hay un enorme entusiasmo en el relato de Germán. Se afloja y también cuenta algo más de su historia:
—Yo soy de Mar del Plata, pero cuando terminó la guerra vine a buscar fortuna a la Capital Federal. Yo soy clase 1962, pero como había repetido pedí un año de prórroga y con la clase 1963 entré en marzo. Lógicamente, en abril éramos soldados nuevos y pocos: algo más de sesenta. En las islas tuve algunos problemas con los borceguíes, pero luego me quedé con los de un capitán que murió.
—Resulta difícil aceptar que las circunstancias sean tan terribles que alguien tenga que quedarse con los zapatos de un muerto. Incluso con aquel frío tremendo.
—Siempre sentimos que ellos, los que ya no están, se debían alegrar de que nosotros pudiéramos usar sus pertenencias y abrigarnos.
Quienes habíamos estado en Malvinas por coberturas periodísticas no podíamos olvidar el frío terrible que se siente allí.
—Ustedes, Germán, no fueron bien equipados.
—Uno se las rebuscaba de alguna manera, pero sí, el frío era sin duda un enemigo más. Recuerdo que cuando bajé del avión que nos había llevado desde el continente besé el suelo de la pista (a la manera del Papa), pero inmediatamente me pregunté: “¿Dónde estamos? ¿Qué es este viento helado que no nos deja caminar?”.
—También, por el terrible viento, no hay árboles grandes. Sólo arbustos. Por eso no lo podíamos creer cuando se anunció que el Ejército había enviado cocinas a leña.
—Es cierto. Allí no había leña. Sólo un poco de turba. Sí, la comida era un tema importante.
—En su momento se habló mucho de que los depósitos tenían comida, pero lo que fallaba era la organización.
—Lo que veía era la voluntad de Comando y Servicios para repartir la comida. No había caminos, no había suficientes camiones, los ranchos eran como tanques grandes enganchados a un camión y debían llegar hasta las posiciones más alejadas. Por supuesto que allí la comida llegaba fría... si es que llegaba, o si el camión no se rompía por la falta de caminos. Un montón de obstáculos que había que superar. Era difícil distribuirla y también prepararla. Generalmente estaba cruda, pero lo importante era que llegara. Algunos compañeros sufrieron terriblemente por esto.
—Por eso causó tanto impacto aquella fotografía de un soldadito estaqueado por haber robado una oveja y hecho un asado.
—La verdad es que yo no vi estaqueados. Lo que relato siempre es que éramos 10 mil hombres: 7 mil soldados. Donde yo estaba había algunos soldados que eran personas difíciles, duras, complicadas. Todos estábamos armados, nerviosos y había cierta clase de personas que resultaban peligrosas para el grupo en el que vivíamos. Por suerte los superiores ponían un freno... Generalmente, en las ocupaciones de distintos pueblos la historia señala que ocurren muchas cosas. Pero en Malvinas no hubo ninguna violación ni a una mujer ni a un hombre. No hubo ataques a las personas. A nosotros nos dispararon con un calibre 22 desde una casa y a nosotros se nos prohibió dispararle a la casa que, sin embargo, veíamos perfectamente. Nos sentíamos valientes, pero esas cosas no ocurrieron. Para esto es necesario cierto tipo de rigor. Yo no soy instructor ni manejo gente, pero hay que saber dirigir a tantos hombres armados, nerviosos y preocupados. Hubo peleas, pero fueron entre nosotros.
—Supongo también que las circunstancias extremas hacen mucho más difícil la convivencia entre grupos.
—Sí, se arman grupos. Nosotros teníamos el nuestro y tratábamos de convivir como podíamos. Por suerte estaban los suboficiales. Un suboficial representa a unos setenta soldados. Y un oficial quizás hasta a 200. Recientemente me encontré con uno de ellos y me dijo: “Me sentía incómodo porque, cuando iba caminando, ustedes me miraban como preguntándome algo. Y yo no sabía realmente qué decirles”.
—En “Contar Malvinas”, que escribieron con Esteban Pino, ¿ustedes consideraron que les tocaron buenos jefes?
—Esteban tiene más críticas que yo. A él le pasaron otras cosas, pero yo, hasta el día de hoy, aún me veo con algunos de mis ex jefes.
—Aquí, en la Capital Federal al menos, las cosas se manejaron de una manera inconcebible. Falseando la información y, por ejemplo, en episodios como el de que la bandera que está junto al Obelisco nunca estuvo a media asta en homenaje a los muertos. Cuando ustedes volvieron de las islas no se difundía la información de adónde llegaban.
—Sí, recuerdo que cuando llegamos a Aeroparque ya estaba oscureciendo y el colectivo que nos llevaba tenía las ventanillas tapadas con un plástico negro. Era para que no nos vieran. Yo corría un poco el plástico y espiaba: la gente tomaba colectivos, caminaba por la calle, y todo esto me pareció muy violento... Me encanta el fútbol, y como se jugaba el Mundial de 1982 en España pensé, ingenuamente, que quizás por el drama Malvinas lo suspenderían. Todos jugaban normalmente y ahí, en mi cabeza, comprendí algo: “Realmente estoy absolutamente solo”.
—Y en ese colectivo con las ventanillas tapadas, ¿adónde los llevaron?
—A la Escuela Sargento Cabral, en Campo de Mayo.
—¿Y por qué no se avisó a las familias?
Con una sonrisa triste, Germán contesta:
—El soldado no pregunta. El soldado obedece. En el ejército, las cosas son así. Pasamos dos días en Campo de Mayo. Luego nos llevaron a la Estación Constitución y tomamos el tren a Mar del Plata. Allí, sí, en cada estación nos saludaba la gente, y cuando por la noche llegamos a Mar del Plata, estaban las familias esperándonos y cada uno fue a dormir a su casa.
—¿En qué momento te tomaron prisionero los ingleses?
Germán suspira:
—En Puerto Argentino mi grupo se había dispersado bastante. Nos avisaron que nos rendíamos. Yo no sabía lo que era rendirse. Obedecimos las órdenes, vimos a los ingleses manejando nuestros jeeps. “Ya no nos queda más nada”, me dije. Nos hicieron encolumnar y caminar hacia el aeropuerto. Formamos una interminable fila india, dormimos en el suelo y, al otro día, nos separaron en grupos más chicos y nos encerraron en un aserradero, del que salíamos en grupos por la mañana para limpiar un poco la ciudad. A la noche volvíamos al galpón. En total estuve unos seis días prisionero.
—¿Había diálogo con los ingleses?
—No, no. Nos impartían las ordenes de lo que debíamos hacer o no. No era maltrato. Era un trato duro. Algún empujón, alguna patada, y al subir al
barco un militar inglés se presentó con su nombre, y al bajar, ya en Puerto Madryn, otro nos saludó, nos dio la mano y nos regaló un paquete de cigarrillos a cada uno deseándonos buena suerte.

jueves, 3 de abril de 2014

Celebración del día del Veterano y Caídos en Malvinas en Bahía Blanca


El Museo de la Aviación Naval Argentina participa de las celebraciones del 32º aniversario de la recuperación de las Islas Malvinas
La muestra se desarrolla en el Salón de Usos Múltiples del Bahía Blanca Plaza Shopping y es organizada por el Centro de Veteranos de Guerra y la Unión de Suboficiales VGM.



Bahía Blanca- El Museo de la Aviación Naval Argentina (MUAN) participa como invitado en representación de la Armada Argentina y la Aviación Naval de la muestra homenaje a 32 años de la recuperación de las Islas Malvinas.

La misma, organizada por el Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas y la Unión de Suboficiales Veteranos de la Guerra de Malvinas de la localidad de Bahía Blanca, está compuesta de uniformes, fotografías, maquetas de aeronaves de la Aviación Naval que participaron de la Guerra de Malvinas y la maqueta del misil AM 39 EXOCET de los SUPER ETENDARD.

Los suboficiales Sergio Vega, Gonzalo Algañaraz, Favio Talquenca, José Cabrera y los cabos principales José Maria Rodríguez y Andrés Stagnaro ofician de anfitriones acompañando a los excombatientes en la muestra.

La muestra se desarrolla en el Salón de Usos Múltiples del Bahía Blanca Plaza Shopping con gran interés del público visitante demostrado con sus preguntas.